Lunó Tour – día 4

Mi amigo Bertotti me habló largamente sobre la vida circular cuando estábamos preparando la presentación de esa novela brutal suya, Luna negra. Yo estaba completamente abrumada por las decenas de lecturas transversales que podían hacerse, por su trabajo de lija fina al revivir con gracia un puñado de tradiciones literarias rioplatenses que se me escapaban sin remedio. Menos mal que estaba él para explicármelo. Eso y lo de la circularidad, la inevitabilidad de vivir la mitad de la vida trepando por la circunferencia tomándonos demasiado en serio, para, una vez cruzado el ecuador, dejarnos caer por el otro lado de la circunferencia —viviendo lo mismo, sí, pero en forma de parodia. ¿Por dónde andas estos días, Bertotti?La lectora inteligente del otro día, la que hablaba de mi “yo poético”, se rió con ganas cuando le dije que me sugerían no desnudarme tanto al escribir. “Como si fueras tú siempre”, dijo. Y “¿por qué no?”, dijo. Y “seguro que te lo dijo un tío”, dijo. Y claro.

“Deja la poesía y dedícate a la crónica”, me dice otro chico. “A ti se te da por contar cosas”, me dice otro chico. “Usté sólo sirve para contar historias”, dice el marido de un personaje de Sótano.

Yo también sólo sirvo para contar historias y para caerme por las circunferencias. Y los chicos me explican cosas. Qué le vamos a hacer. 

Ayer soplaba el viento y refulgía el monte. Tengo en el fondo de pantalla del móvil un grabado inglés del siglo quiénsabe, con un búho y la leyenda “prudens non loquax”. ¿Ven? A veces tengo la intención de ser una señorita moderada. Pero, sin embargo, hablo. 

En el principio fue el verbo. Y, como todos sabemos, dijo “let there be rock”. Rockeando estaríamos. 

  

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