la caída

dónde se han caído mis amigas,
si recién estaban por aquí
cocinándome.
nos medíamos el pecho
sabiendo que algunas de nosotras no íbamos                 a amamantar.
mis amigas metían la mano en el armario
de la angustia y de la tos
y me ofrecían el corazón humeante.
yo a veces tenía que decirles           que no
demasiado llena ya de sus palabras nutricias
empalagada de la
sangre
nuestra
de cada mes
pero ese es otro cáliz imposible de apartar.
dónde se han caído
las que me enseñaron
que teníamos la obligación de crecer derechitas como árboles
aunque tantas veces nos tuerza                  el viento en la calle
aunque busquemos el agua                   con lágrimas de sauce
en cambio ellas manaban
agua viva para mí
y para todas.
me enseñaron a dar paseos largos y mirar a los ojos
incluso a aquellos que piden que no los mires
a aquellos que nos roban el soplo y nos dejan con hambre.
ellas se ríen de vernos tan serios
se alegran de que nos amontonemos en su nombre
se esconden en la sombra
porque las mujeres
muchas veces
jugamos al eclipse
para que nuestras palabras brillen con luz propia
nos ponemos nombres de hombre          para no molestar
nos tapamos el culo                                para que no digan que provocamos
y a veces ni eso sirve
algunas de mis amigas han caído           por decir que no
y la mayoría por decir que sí
ellas me han enseñado
que la confianza es el mayor acto de entrega
incluso ahora
mientras encienden las estrellas para que yo pueda cantarles
yo me empeño en ver nubes
y ellas arden con mayor fulgor
para que no las pierda de vista
y me dicen que confíe
que siga confiando.

la caída

collage by macky moonandlion

Una de fantasmas, o el lado sin glamour

 

 

Es, ni más ni menos, otro episodio de perro telepático que abre la boca y empieza a cantar una canción que no reconoce. Es sábado a la noche, año trece del tercer milenio, y una chica canta Separate Lives, una balada patética de Phil Collins, 1984, mientras enjabona una sartén. Hasta hace un minuto no tenía registro mental de la canción. Ni siquiera llora. Las lágrimas, cuando llora a solas, son como estornudos ineficaces, sollozos que pasan demasiado rápido como para tener verdadero poder limpiador. A la chica le gusta llorar en público, después de todo lleva en la sangre el gen inequívoco de dama de las camelias.
Esto es como la Patagonia, pero el lado sin glamour. Quinientos kilómetros de pasto amarillo entre cada punto pintoresco. Si tiene suerte, el próximo camionero la llevará hasta Esperanza. En Esperanza hay una gomería, un surtidor y una fonda donde una señora con cara de Riquelme acuchilla la escarcha del freezer con una técnica seguramente aprendida en el Motel Bates, mientras se caga estentóreamente en la cadena de frío y un montón de helados se ablandan sobre el mostrador. Hoy en Esperanza viven dieciséis personas. Tal vez el mes que viene vivan las mismas, si sobreviven al E.Coli. Tal vez los helados sean sólo para turistas. Tal vez alguno de los dieciséis robe un helado y no llegue a tiempo el Turco con la chata para llevarlo a la salita que queda en el Calafate. Tal vez el Turco llegue a tiempo pero después se haga pomada por el camino: demasiado alcohol en un territorio donde el vino es más barato que la leche.
Esto es como la Patagonia, pero el lado sin glamour. Quinientos kilómetros de piedras que esquivar antes de llegar a ver lo lindo, lo fotografiable. Sólo quiero una foto tuya (le canta Blondie al objeto de su encajetamiento) un souvenir, algo más sólido. Miren las cosas que le mete el fantasma en la cabeza. ¿Por qué pensar ahora en fotos dentro de billeteras? ¿Por qué pensar?
Si por lo menos alguien la llevara a Tolhuin.
Llevame a Tolhuin, le pide la chica al fantasma que le hace cantar canciones olvidadas. El viaje de tu vida, le dice el fantasma al oído, después de lamerle la mejilla. Llevame a Tolhuin, le pide la chica al fantasma, que todo lo puede. Está demostrado. Miren las cosas que le mete en el cerebro, canciones grabadas en el lado de “lentos” de un cassette amarillo, intoxicaciones alimentarias por helados en mal estado, la primera vez que probó chili con carne aderezado con vinagre de sidra. Cómo no va a poder llevarla de viaje.
La chica quiere que la lleven a Tolhuin, y aterrorizarse otra vez en esa curva de 90 grados y cornisa. Que la lleven a Tolhuin y que le rompan el culo frente a un lago, bajo la tormenta.
El fantasma, pérfido, le recuerda que este es el viaje de su vida. Un saltito ridículo sobre un mar menor, su corazón haciendo seis mil kilómetros a dedo dentro del cuerpo. La arritmia comiéndole las muñecas y la yugular. El fantasma, cruel, la deja ahí, en la pileta de la cocina, con las manos enjabonadas y un tema lento de Phil Collins en el cráneo, mientras la canilla gotea y gotea y gotea.

Podríamos dejarlo acá, pero la chica cree en el poder redentor del hilo telefónico, y lo usa para llamar a otra chica, una que se ríe como ella, con carcajadas de bruja chota. Una que también conversa con su propio fantasma, el que le mete en la cabeza caretas con las que engalanar a galanes deshilachados con caras duras cual piedra de Rosetta, el que le mete en la cabeza katanas liberadoras y cumbias para sudar la fiebre. Y después de debatir largamente acerca de la alegría anal en situaciones de tormenta, y de acordar que el sabor a a azufre tiene que ver tanto con el culo como con la atmósfera, cortan entre besos y tequieros. Y la chica le agradece a Graham Bell por los servicios prestados, y al fantasma por hablarle de lagos y mares y sudestadas, y a sus genes de vasos siempre rebosantes, y después se va a bailar con su pollera amarilla.