Lunó Tour. Día 2.

Ayer leí que, neurobiológicamente hablando, eso que llamamos “fuerza de voluntad” no es algo que podamos ejercitar, sino algo de lo cual
poseemos un capital limitado, y que se nos agota. El experimento que relataban consistía en dos grupos de personas mirando una película triste. A un grupo se le pidió que reprimiera sus sentimientos durante el visionado. Luego, a ambos se les hizo un test de energía y fuerza física. Adivinen quiénes fallaron.

Lo estoy formulando mal a propósito. La mayoría de las veces, no poder más no es fracasar.

Adivinen ahora por qué no podemos más tantas veces al día, o a la semana. Nosotras, que todo lo podemos.

Hoy declamé en Chan da Pólvora, esa librería pequeña y coqueta con ventana trasera al huerto vecinal y escaparate vavavoom. Alicia siempre parece afligida porque, cuando voy, no aparecen las hordas que suelen invadirlos en otros eventos. Ayer fue mi segunda presentación en Chan, y la tercera en Santiago. Sigue pareciéndome un milagro que se acerquen cinco, siete, diez personas, en una ciudad donde eres virtualmente una desconocida. Sigue pareciéndome un milagro que en Chan siempre me pidan un bis, y que tenga que repetir algún poema a pedido del público.

Cuando los libreros pasan pena por si vendrá o no vendrá gente, intento animarlos con historias para no dormir de festipunks de 138 bandas y tocar a las 5 de la mañana para el sonidista y su novia. O aquella legendaria primera presentación de La reina del burdel en Valencia, con Don Rogelio presentándome con amor y garra ante un auditorio compuesto por Letxon, Majo y mi madre (arreglada como para los Óscar). Pobre madre. Estas historias, sin embargo, no suelen tranquilizar a los libreros, que me miran con una mezcla de horror y pena.

El punk rock nos ha obsequiado con una piel muy dura, nano.

Despues me quedé charlando un rato con una lectora muy inteligente y mona (con un peinado ochentoso que le envidié fuerte), que me hizo preguntas sobre algo que ella llamó “mi voz poética” y en lo que aún pienso. O quizás era “mi yo poético”. No lo recuerdo. Tenía fiebre y había dormido poco, y aun así me encantó adentrarme en una parte de mis libros (esta señorita llevaba Saliva y hasta a La reina en el bolso) que no suelo visitar. Es otro sótano, uno con doble circulación, con una puerta secreta por la que sólo pasan los lectores. Allí ellos ven y leen con su glorioso filtro de alteridad, y vuelven a encontrarse conmigo en la sexta habitación del sótano para ofrecerme lo que quedó de las miguitas del regreso. Qué cosa más hermosa cuando esto ocurre. Gracias.

Ahora acaban de prepararme un tazón de sopa reconstituyente, como si fuera Heidi sentada en su cama de heno fresco (¡qué picor, pienso ahora!), y luego dejaré que me hamaquen hasta dormirme, siempre y cuando no venga el desvelo a qué sé yo.

Próxima fecha: miércoles 7 de junio, La Buena Letra, Gijón. 

  
Imagen: fragmento de “Alanui”, un poema de Sótano

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