Blues con esencia de naranja amarga

 Este texto fue publicado en la revista Agitadoras.

 

 

Hoy estoy preciosa, soy fanática de mí misma. Me he autoproclamado vencedora en todos los Mah-jong que jugué esta mañana. A ver cómo igualan esto todos los que dicen que no sirvo para nada.

Por algún motivo, después de un rato el orgullo se retira, dejándome con más hambre que antes. Entonces me como un trozo de melón, que no engorda. Con la sandía no puedo, me recuerda demasiado a esos cosméticos que huelen a sandía.

La vida es para eso, me dijo ella, y miró por la ventana.

Yo salía con un chico que era creativo de una marca de productos de belleza. Se encargaba de los nombres, y de la mística detrás de los nombres. Gracias a él teníamos las Proteínas de Seda, el Max Volume Pump, las Nanoenzimas de Piña, las propiedades emolientes del Nenúfar Hawaiiano, las esencias de Pradera de la Provenza y Pomelo de la China.

Sus mejores ideas se materializaban en la ducha. En el vestuario del gimnasio, mientras sus compañeros de bicicleta estática se enjabonaban los bajos con diversos geles para piel sensible, se le ocurrió lo de las Microesferas Splash de Suavidad. Otra vez tuvo que salir veloz y chorreando de la ducha de un resort en la orilla opuesta del Mediterráneo, para apuntar en su block de tapa amarilla la frase “Frescor del Nilo”. Y también, ya que estaba “condones, yogur, antihistamínicos”. Y más abajo, “postales”.

Es para eso, sin duda. Y los ojos de ella tenían arruguitas alrededor, de llorar, pero también de reír mucho.

En el avión volviendo del Nilo él encontró otra petit maravilla: “la flexibilidad del junco egipcio en tu pelo”. Casi gimió de felicidad, pero le faltaba una sílaba para ser haiku, y luego se enredó con las oes, las es y los diptongos. Después de un rato dejó de intentarlo. Pidió un bourbon, soñando con la próxima ducha.

La vida es para eso. Nos quedamos quietas mientras ella lo decía, y su voz era tan nueva, tan distinta a lo que me había imaginado. La vida debía ser entonces un nuevo lugar amable, con voces dulces, tremendamente familiares de tan desconocidas.

La revancha de él vino en el transbordo en Schiphol. En uno de los cubículos con ducha, tan brillantes y esplendorosos, recitó, extático:

Espuma de Baño Relax, Ensueño de Flores Índicas.

Y también:

Loción Tonic Furor, Estallido de Agua de Sativa.

Al transcribirlo, le seguía sonando bien, así que cerró su cuaderno con elástico y sonrió.

¿Salía con un chico, dije? No. Me lo cogí un par de veces. Me enamoré de él cada vez, ojo. Yo sólo cojo si estoy enamorada.

Me gustan los chicos como él y nunca tuve ninguno. Porque bueno, a él tampoco lo tuve. Me gustan esos flacos modernos que usan camisetas pegaditas que sin embargo todavía les quedan un poco sueltas en la espalda. Simplemente me calienta que se la pasen hilvanando tenues pasarelas entre su falsa creatividad desbordante y su necesidad de llegar a fin de mes. Deliciosos. Me comería toda su pija con sabor Ultra Maxx Skin Aroma.

Él es alto y flaco, tiene el pelo negro y la piel pálida. Es un moderno que antes fue dark que antes fue punk. Las paredes marcan la evolución: los posters de hoy, pegados con esa especie de plastilina azul, tapan la marca de la cinta scotch amarillenta en una pared ya agujereada por las chinchetas.

Cada tanto piensa que podría funcionar algo así como Ritmo Devo para tus Ondas.  O Gel Efecto Peluca Cure of the Jezebel. Pero esos borradores nunca los muestra. Tecnología Curl Overdrive Resurrection, propuso él un día, para un spray resucitador de rizos. Si los italianos ya lo llamaban ravviva-ricci, ¿por qué no podía él hablar de resucitadores? La multinacional se negó: había que contar con los frailes rizados del Vaticano. Mucho San Pedro, demasiados alcauciles a la judía. En temporada, claro.

Lo llamé agitada una tarde para contarle que había encontrado en una novela de la Jong una lista deliciosa: Rosa Prepucio, Malva Glande. Él se agitó incluso más que yo. Sospecho que todavía conserva la lista de tonalidades de rouge que pergeñó esta tarde, y que aún no ha podido colocar en ninguna campaña.

Pero ya bastaba con cómo nos colocábamos nosotros imaginándonos todo el percal: si me pinto debajo de la ceja con Nude Nipple, el párpado superior con Pubic Mahogany, y remato las pestañas con Afro Ball, ¿se darán cuenta de mi mirada lasciva?

Ambos sabíamos que se necesita algo más que un poco de maquillaje para lograr la tan añorada mirada lasciva.

La vida es para eso, dijo ella, y el café se nos enfriaba en las tazas de tanto mirarnos. Yo nunca tomo café, esto es una mentira, pero ese fue uno de los pocos momentos en los que deseé saber decir la verdad.

Es que él era el regalo perfecto para esa noche especial, si yo hubiera sido una novia deseante: algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo azul. Blue Bride, con Fantasy Effect.

Resulta que después de un rato ella seguía ahí.

Lo más loco de todo era eso, que ella no se desvanecía en el aire, ni desaparecía en una nube de azufre. Mis frases de un minuto antes y su frase de ahora la hacían más consistente que nunca, más clavada que nunca a la palabra.

Los ojos de él, azules. Los de ella, sin sombra prestada, sin nombre artístico. Prestado, sí. Viejo y nuevo, como cada vez que una decide jugar a la bestia otra vez.

Ella me besó en la mejilla, y yo creí que era para despedirse. Olía bien. No tuve ganas de ponerme a pensar a qué.

Yo no sé qué va a pensar la gente.

Ella se quedaba ahí, y todavía tenía cosas para decirme, aun cuando a mí se me había acabado todo. La paciencia desde luego, pero también la compasión. No estaba seguro de haberla entendido, entonces miré sus labios para ver cómo se movían al decir otra vez lo que tenían que decirme.

La vida es para eso.

Y me imaginé entonces la vida como una pista vacía y luminosa, donde una va con sus mejores galas para luego, veloz y chorreando, desnudarse, y así llevarse a casa al novio de otra.

 

 

Image: Orange blossom, by Rebecca Artemisa

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