Krishna en la orilla

 

 

Él se había disfrazado de Krishna. La gente no entendió.
—¿Quién sos, el pitufo drag queen?
Estaba tomando un whisky en la barra, muy mortificado. Ella fue la única que se dio cuenta al ver el azul, las joyas. Estaba vestida de mujer maravilla. Se fueron juntos.
La noche de la fiesta de disfraces soplaba una sudestada feroz y las calles se inundaron rápidamente.
Él se sacó uno de los muchos pareos que llevaba atados a la cintura y la envolvió para que no tuviera frío; ella tenía la cara azul. Incluso cuando habían pasado muchos meses ella seguía teniendo la sensación de mancharse de azul cuando lo besaba.
No tenían mucha plata. Lo poco que tenían lo saboreaban hasta sacarle el jugo, como masticar la cabeza de una camarón, todo el fondo del mar cayendo entre las muelas y encantando a las papilas gustativas.
Compraban discos y se desintegraban en la oscuridad de la habitación de un hotel alojamiento, saboreando por anticipado las canciones que iban a escuchar.
Fueron a ver Goodfellas. Había un tipo raro sentado en la fila de atrás y ella quiso irse. Él no le hizo caso y ella ya no pudo concentrarse en la película. Aguantó durante toda la función el roce en el asiento y el movimiento rítmico del tipo del asiento de atrás.
Las cartas segregan una sustancia que se pega a la palma de las manos y las deja ardidas, dolientes, deseantes. Pero ellos nunca se escribían cartas.
Un interlocutor sólo es válido cuando la otra persona quiere emitir un mensaje. Las chicas frías no hablan pero gritan por dentro.
A veces lo que no se comparte con las amigas es más importante que lo que se comparte con las novias.
A veces una novia es sólo una muleta.
Él era correcto y apasionado en la cama. No hablaba mucho.
Ella tampoco hablaba pero por dentro lloraba de amor.
Al final gritaban los dos como si se acabaran de despertar de una pesadilla.
Él le cantó al oído muchas canciones de Joy Division. Ella cierra los ojos y todavía puede escucharlas. Pero esto es mentira.
Ella un día abrió la boca pero no dijo nada. Le hubiera gustado decirle que tenía ganas de envejecer a su lado, pero era el tipo de frases que una chica fría como ella no podía permitirse.

Él se gastó el sueldo de una semana en una cena romántica en un restaurante de la costanera. Quería sorprenderla, decirle que sus ojos brillaban más que todas las estrellas sobre el río, que la querría siempre. Ella vomitó cuando salieron del restaurante; nunca supo comer con vino. También vomitó de miedo, parecía que seguían los pasos lógicos de dos novios cualquiera, y ellos tenían más planes además del escalafón.

Él también estaba triste.
Se prometieron que el próximo aniversario iban a estar solos en un lugar lejos de ahí, en un lugar como les gustaba a ellos, sin sol, sin calor, sin gente.
Ser linda no lo es todo en esta vida.
Ella lo supo antes de ver la vida desde el lado incorrecto de una escopeta.
Quién sabe qué pensaría él de la belleza. Tal vez para él la verdad fuera más resplandeciente que la belleza, como una naranja maravillosa.
Cuando llegó el día los dos tuvieron miedo, pero se miraban sonriendo y parecían sumamente adultos y valientes.

 

 

 

 

 

 

 

Imagen:  Halina Duda. Joy Division Fan, acrylic on wood by Marta Quílez.

 

 

 

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