El gozo

Este relato fue publicado en el número 84, enero-marzo 2012, de la revista literaria La Bolsa de Pipas.

 

El gozo, pone ella.

Es como intentar escribir un informe de dos páginas titulado El western.

Tenemos tanto de qué avergonzarnos. ¿O no, mascarita? Te conozco, pájaro aviador. Conozco tus trucos. En realidad creo que ya me lo has dicho todo, con tu manera de mirar culos y de agitar banderines para explicarme lo que pasa.

Me da ganas de beber algo para que dejes de aclararte la garganta. Dame un pedazo de aquello que escondés entre tus molares, rumiante de mi vida. Dudás, vas, venís. Hasta cuándo, vos y este vaivén de bolero.

Las maracas se me acercan espantadas, se me encajan debajo de la mandíbula y me piden por favor que deje de mentirles a todos con títulos así, que haga un esfuerzo por ser más sincera, que no baile yo también este eco atroz.

Hay pequeños milagros extendidos entre vos y yo, los tracé cuidadosamente sobre papel de calcar en clases de control mental y magia blanca. Prendí velas a santas con nombres de telaraña, con tal de que esos milagros llegaran a buen puerto. Con tal de recibir el gozo de tus manos.

Enumerando todo lo que hice, aparece un nuevo perfil en el papel. Es el mío, pero más cansado, menos firme. Un perfil con el óvalo caído, con la molécula de colágeno ya desintegrada, como los buenos estofados después de tres horas de cocción a fuego lento.

Yo ya no me quemaba mientras intentaba unir nuestras vidas. Simplemente le desprendí las branquias a los peces, hurgué dentro de los vientres vacíos de otra gente para ver si ahí se escondía algo que me recordara a vos. Me subí a montañas rusas, esas que me daban tanto miedo, comí bortsch, y el equivalente soviético de los pierogi, para calmar el hambre. Colgué pequeños cuernos napolitanos, rojos y furiosos, en los dinteles de las puertas, para soportar las noches de primavera. Me depilé con caramelo caliente porque lo leí en una revista femenina, y aullé tu nombre mientras los médicos arrancaban las tiras de piel con ese color tan bello, como la sangre coagulada después de las palizas. Pude ver lo que había debajo de mi piel y no estabas vos, las venas no dibujaban tu nombre con firuletes de sangre. Que alguien me lo explique.

Y se supone que esa, la de la piel quemada, la de la carne floja y los cuernos napolitanos soy yo.

Extremadamente perdida en las cerrazones, quién sabe, mi vida, por dónde andaré. El problema es que me sigue pareciendo mal la vida sin vos. Aprendí a tirarme las cartas y las consulto cinco veces al día, con cada comida.

Ahora saco escalera de color.

Quiero saber por dónde caminan tus pies, escribí una mañana en un cuaderno, y esperé. No obtuve respuesta, claro. De todas maneras no hubiera sabido qué hacer con esa información. Esto fue hace muchos años, antes de la invención de los teléfonos con posicionamiento global. Sólo me quedaba encomendarme a los ángeles, y probablemente algún ángel sumamente sincero hubiera venido a decirme que tus pies caminaban hacia la casa de ella. Que alguien me lo explique.

Abro mucho los ojos mientras busco otras escaleras de color, pensando que así activaré alguna función oculta de la memoria, un plus aditivo, algo que me brinde más detalles de lo que tenías puesto, por ejemplo.

El pelo se me cae tratando de recordar si usabas camisas de manga corta, o remeras, nomás.

Creo que añoro demasiado esa tarde de verano en la que me paseaba en zuecos por delante tuyo. Agitaste muchos banderines esa tarde, y por mucho que todavía los vea flamear frente a mis ojos no puedo hacer nada por tapar la verdad. Y la verdad es que esa piñata estaba vacía. Metimos la mano los dos, pensando que saldrían caramelos, pequeñas galletas de la fortuna. Tu fortuna estaba en blanco y a mí no me tocó ni una galletita.

A mí no me tocaste. Bueno, un poco, por encima del pantalón, pero había más cosas que tenían que pasar y no pasaron.

Y me quedé sin galleta, arañando el paquete, metiendo la mano en un lugar de donde saldrían ciempiés, y escarabajos.

Algún día, si el mapa del gozo no está errado, nos encontraremos. El mapa dice que será allí donde a los amantes se les cambian los nombres. Muy bien. Allí será, entonces, y yo estaré esperando. Pero cuando nos encontremos tenés que poner algo de tu parte. Tenés que decir eso que venís rumiando hace tantos años.

Mirame a los ojos, como me mirabas antes el culo, y animate a decirme amiga querida.

Gallina.

Image: Hole in history, by Joao Figueiredo.

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