El día que Jillsy entró en el burdel

Hace un año, día más, día menos, yo estaba en una playa paradisíaca de esas que hay en mi isla, (ver fotos), acompañada de gente hermosa.

Era viernes. En la bahía de Palma soplaba el viento, como me recordaría luego mi pájaro surfeador, pero allí al norte el mar era un espejo y los turistas habían decidido dejarnos prácticamente solos con nuestra toldería, la pizza casera de Costa y varias heladeritas llenas de bebida fría. Un picnic de esos perfectos, organizados por el ojo atento de Nat. Amigos queridos. Un perro negro pastoreándonos, contándonos uno por uno, esperando  en la orilla a que volviéramos todos de explorar los siete mares a bordo de una colchoneta inflable.

 

Después de comer y nadar y revolcarnos en la arena y dormir varias siestas consecutivas caía la tarde y pensé en darme un último baño. Me hundí como siempre, y después emergí como el capitán Willard en Apocalypse Now, sólo los ojos fuera del agua. Más exactamente como Simon en el video de Hungry like The Wolf. Hacía mucho calor y me gusta el silencio-escafandra cuando los oídos se te llenan de agua.

Sonó mi teléfono y me gritaron e hicieron ademanes desde la playa.

Yo tenía una buena razón para querer atender. Estaba des-esperando una señal con la incredulidad que una espera, yo qué sé, que los Reyes Magos le traigan a John Taylor y una de esas camisas que usaba en los 80s.

Cuando salí del agua ya habían colgado. Pero habían dejado un mensaje. Unos de esos mensajes involuntarios que se dejan en los móviles cuando uno piensa que ya cortó pero no, la maquinita está grabando.

El no-mensaje era confuso; Mercurio estaba sin duda retrógrado. Pero alcancé a escuchar voces que hablaban de cuentos. Hablaban de libros y de fechas.

Yo en ese entonces no recibía llamadas telefónicas sobre libros y cuentos y fechas.

Varios intentos de comunicación más tarde (yo llamaba al número, el número me llamaba a mí pero daba ocupado, esos tropezones que parecen pasos de baile), alguien me dio la enhorabuena y me dijo que mi libro tenía editor.

 

Yo estaba de pie en la playa con el pelo chorreando agua y el corazón golpeándome tan fuerte que no escuchaba nada. Puede ser que todavía tuviera agua en los oídos. Puede ser que fueran los tambores de los invitados de Kurtz.

Pero desde luego era mejor que los Reyes Magos.

Sé que dije gracias muchas veces antes de cortar. Creo que festejé dando saltos en la arena y fue la mejor celebración que pude haber tenido, porque mis amigos se pusieron más contentos que yo (aunque nadie sabía que yo escribía, lo cual fue un golpe de dramatismo excelente) y matamos las cervezas que quedaban con un último brindis en medio del jolgorio general.

Después me subí a la furgoneta, sola, y conduje 60 km riéndome a gritos hasta casa.

Yo soy muy amiga de las efemérides y podría pasarme el resto de 2012 marcando cada hito de La Reina del Burdel, que viene a ser mi primer libro publicado. But fear not: sólo voy a decir que el viaje que empezó ese día sigue siendo uno de esos en los que dan ganas de gritar de contenta todo el tiempo. Y lo mejor, como siempre, es la gente que fui encontrándome por el camino hasta hoy.

Gracias a todos los personajes reales de esta historia. Ustedes saben quiénes son.

Y desde ya un abrazo emocionado a quien esté des-esperando esa llamada este año.

 

 

playa 2 playa de muro

 

 

 

 

Fotos por Nat y Stell

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