Uno y dos

Hace justo un año me cambió la vida para mejor, aunque en el momento no me dí cuenta del todo. Ciertos hallazgos son tan insólitos como toparse con una trompeta verde enterrada en la arena.
Un elefante blanco, dijo hace muchísimo tiempo un amigo, al relatarme una noche insomne y perfecta en la que se configuró todo lo que vendría después. Sé que a él lo que vino después lo colma hasta el día de hoy, más allá de dificultades y zozobras. Sé que a él el elefante blanco lo sigue visitando a última hora de la noche y que está allí cuando abre los ojos por la mañana, porque algunas cosas se eligen cada día.
Yo ahora sé lo que es una noche insomne y perfecta y, a través de los años, le hago un gesto a mi amigo y le doy las gracias por haberme regalado la premonición y la figura.
Me gusta lo que veo cuando me despierto. Me gusta la música que no elijo yo, rara para mí, que tengo un corazón FM, rara como la que puede salir de una trompeta verde, y que suena del otro lado de la pared del estudio. Me emocionan las situaciones fugaces que se despliegan cada día entre tantos rituales habituales, los momentos insignificantes que brillan un segundo en el aire antes de calarme con la consistencia del pegamento. I’m sticking with you, cantaba Moe Tucker, en una canción en la que la pusieron delante del micrófono, para que dejara de aporrear el tambor, quizá.
Y sí. Ciertos días yo también estoy hecha de pegamento.
Hoy, por ejemplo, que es un día más que transcurre entre pantallas y té y buñuelos de manzana y plasticola, mis ganas de festejar son ciertas y consistentes. Sabrán disculpar mi debilidad por las efemérides, y mi torpeza para venir a decir, al fin y al cabo, que agradezco lo que me han puesto delante cada uno de los días de este año que pasó. Agradezco la pared y el espejo, la estructura y la coyuntura, la milagrosa conversación y los silencios compartidos. Porque los hallazgos hay que celebrarlos, como celebramos las urracas cuando nos encontramos algo brillante en la playa.
Los dejo, voy a ver qué se me ocurre para hacer una cena en quince minutos con unas cuantas papas y esta música de fondo, este temblor.

20140924-224308-81788957.jpg

Declaración de debilidad

Yo, que no tengo enfermedades serias, salvo esta insistencia en respirar, yo que me frustro sin remedio algunas mañanas porque el beso llega desteñido, declaro que me moriré, igualmente, sin estrépito. Me moriré de la muerte sola que silba en las esquinas.

Yo, que me levanto alcalina y blanda por las mañanas, y me hago la linda y la valiente, miraré a la muerte sola que silba en las esquinas porque he sufrido el equivalente al millón de dólares que valen mis ancas. Revoleo el pelo así, a pesar de las contracturas, y tintinean mil monedas oxidadas porque brillan mis marcas y yo las cuento y las riego en esos días. Yo, que no puedo subirme a una cama sin soñarle finales felices tipificados por demasiadas horas besando pantallas y páginas, me callo para oír como tintinean cospeles de subte y fichines de flipper, tiznados de desprecio.

Yo, que juego el juego sucio del hastío y del reproche, me subo a la cama como a una cima inexplorada y allí espero, mi tisis siempre lista para hacerme caer redonda si intentan cortar de mi todo lo verde que pensé que brotaría en otra lluvia.

Yo sólo sé jugar de una manera y no puedo competir con las colosas.

Yo, que me quejo de llena y me rumio las costras y las penas, con las sufridoras legítimas, con esas no puedo competir. Y no puedo jugarles una carrera a las pobres reinas de barrio que sacan adelante solas a sus hijos. Ni a los riñones de mi abuela y sus nudillos hinchados, que encima dicen cosas y ternuras prolijitas.

No puedo ya jugar carreras en el barrio, no me da el cuero ni la street cred.

Yo sólo miro y oigo como los magnánimos de esta pobre vida flaca las señalan y ensalzan diciendo (tierna, prolijamente): ellas sí que sí, ellas de verdad.

Yo solo miro y oigo a los limpios y sus vítores y callo porque tengo cicatrices que los demás no notan cuando me pasan el dedo buscando polvo.

Ellas sí que sí, ellas de verdad. Esperarán conmigo el ultimo silbido cuando nadie más tenga palabras, cuando el dedo que nos pasen a madres y enfermitas y putas sea el del olvido terco, el del olvido al mérito.

Jacques Prévert

Collage por Jacques Prévert

La tarde y el vaquero: una conversación

—Pásame eso de ahí.

—Qué.

—El coso.

—Qué coso.

—El coso de ahí.

Podría haber empezado así, y terminado con un estrangulamiento doméstico a la hora en que la luz de poniente aprieta el hígado y la cabeza parece un granero con demasiado heno y pocas mazorcas.

No es fácil para él pasearse por el sendero estrecho con el lazo colgando y tantas ganas de apretar.

Algo así. Un anochecer de luna nueva, cuando uno ya sabe que habrá más estrellas de las que le han enseñado a soportar, pero todavía hay luz afuera, una luz rosada, como de durazno. En los rincones de la casa se amontona la sombra y una no tiene ganas de levantarse y entonces pide que le traigan el coso de ahí.

¿Sabía ella lo de las ganas y el fiel lazo triunfador? ¿Le habían explicado que hay una hora clave, una hora pico, una hora punta, una rush hour de vértigo en los alféizares? ¿Que hay que quedarse en silencio cuando ya se han callado los pájaros y todavía no han hablado los grillos? ¿Podía ella adivinar que los lazos enmohecidos a veces están esperando una palabra mágica para salir a girar en el aire?

¿Y los látigos, las fustas, los pañuelos grasientos en torno al cuello, las bimbias, esas ramas flexibles con las que los pobladores trenzan vallas contra las cabras como coronas de flores para las chicas?

Y la navajita plegable hundida en el bolsillo también tiene un conjuro. Y la espuela que le raya el suelo envejecido de la casa está atenta.

Incluso las uñas descuidadas podrían, en caso de necesidad, rasgar aquello que hubiera que rasgar para volver al ritmo de la casa, ese en el que las cosas se hacen mágicamente y algo huele bien dentro del horno y alguna otra cosa huele bien por la noche encima del jergón y entonces no hay nada más que hablar

Ni hay que andar pidiendo cosas que no correspondan, porque cae la noche y lo pequeño y muy usado corta y aprieta como las palabras pequeñas e imprecisas que también son armas.

richard_prince1

Image by Richard Prince.