Religare, o dónde me pongo

 

El otro día tuve la oportunidad de asistir a la presentación de El ocaso del pudor, el nuevo libro de Miguel Dalmau, gran escritor y vecino lletraferit de Champawat sin duda alguna.
En el corto pero interesante debate que siguió a la presentación, hubo murmullos exasperados cuando el autor eligió decir que muchas de los movimientos de emancipación femenina nacieron como respuesta a la herida infligida por el patriarcado, léase, que las niñas empezaban a estar ya hartitas de estar bajo la pantufla de papá.

Me hace falta la expresión anglosajona to roll the eyes para ejemplificar lo que pasa cuando alguien habla del patriarcado. Muchos (y muchas) hacen rodar los globos oculares dentro de sus cuencas, por no decir que elevan sus ojos al cielo como suspirando “otra vez, ahí vamos, es que no pueden las niñas dejar aparcado su Complejo de Electra por un rato”. Esas ganas de que aparquemos según qué inquietudes, que naturalicemos de una vez lo que no es ni nunca fue natural (basta ver la cantidad de barbaridades que se cocinan en nombre de esa gran institución zombie que es la familia) es, justamente, sólo uno de los tentáculos de lo que tan ampulosamente llamamos el patriarcado.

Cuando yo era joven, muy joven, cayó en mis manos un libro delicioso, que valió como despertador en un momento en que mi gran preocupación era si iba o no a tener tetas. (preocupación muy válida, parece ser, pues no dejan de tenerla señoras ya creciditas que deciden pasar por el bisturí para tapar algún agujero).

El libro en cuestión es Mulher, objeto de cama y mesa, de Heloneida Studart, un maravilloso collage que sonó como un sopapo en mis tardes de prepúber. Antes de tener la oportunidad de escuchar a los Ramones y The KKK took my baby away, aprendí que una podía ser abducida por esas mismas 3 letras como iniciales de Kinder, Kirche, Kuche, niños, iglesia, cocina. Los tres espacios a los que debía limitarse el universo femenino si no queríamos tener problemas, según algún simpático nazi que consideraba que la “democracia sexual” era un invento judío, y que había que “matar al dragón y (…) revivir lo más sagrado en el mundo: la mujer sierva y esclava”.

 

El libro es una joya, y aunque lleva muchísimas ediciones en portugués, creo que no es fácil conseguirlo en castellano. Sin embargo, lo encontré en scribd y espero que lo disfruten.

Gracias a este libro, entre otros, en cuanto mi destino me empujó a un colegio de monjas luego de haber disfrutado de una educación primaria mixta, laica y libre, yo ya había pasado de niña repelente a púber repelente, “soberbia y contestadora”, como bien dejó sentado la madre superiora en los cinco años en que tuvimos que vernos las caras.

Y ahora, mire usted por dónde, a propósito de El ocaso del pudor, Dalmau me habla de unas Jornadas de Estudis Feministes En Religió, de unas wonder women teólogas, filósofas, sociólogas, poetas, que usan palabras e imágenes para des-colonizar el cuerpo como espacio público, arman camas debate (porque la mesa ya es demasiado mainstream), presentan la  película Fake Orgasm del director catalán Jo Sol, y hablan de la posibilidad de una religión que haga lo que su etimología indica, o sea, que nos devuelva el religare. Una religión que una, que junte, que le haga el pespunte a las almas y los cuerpos después de tantos años de dualidad, de dividir para conquistar, de cortar por lo sano. Una religión vista desde la capacidad de decisión individual y al mismo tiempo de aceptación de la diversidad.

Vamos a ver. Llegados a este punto he de admitir que me pasa algo. Si han estado leyendo este blog, sabrán que hay una voluntad de comenzar fracasando, de aceptar vacíos y pasos en falso. Y acá me pasa algo muy grande con la religión vs toda mi pose ultra rebelde, super loca, re punk.

Algo dentro de mí, cuyo único punto de contacto con la protagonista de mi post anteriores que cree en un pulso, en la presencia de algo más grande que yo misma, cortocircuita de lleno con esa pose, y ambos chocan de frente, y como decían en las antiguas novelitas de Corín Tellado, como dos locomotoras a vapor.

Pero como una sabe que de las electrocuciones a veces una sale con tatuajes nuevos, y que hay que meter la cabeza en los lugares incómodos para despeinarse un poco, va y se asoma, y no sólo se asoma, sino que es invitada a que lea y haga ademanes en uno de los eventos que se organizan en el marco de estas jornadas. Estaré acompañando a Marian Pessah, que presenta su libro “Amor, placer, rabia y revolución”, y a Arantxa Andreu, que nos cantará “Hilando sueños”. Esto será el miercoles 11 en el restaurant Ummo de la calle Sant Magí 66.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Inciso: si con las monjas me hice la rebelde, antes, en la primaria, fui de las llamadas varoneras. Un grupito minúsculo de chicas, aburridas e insatisfechas con el rol por default de “nena buena”, que elegían sistemáticamente jugar con los (y a cosas de) varones. Creo que nunca dejé de ser una varonera. El ejemplo más claro es el del asado. Un asado cualquiera de los miles de asados a los que asistí en mi país.

Cuando llegás a un asado, las mujeres se meten en la cocina para hacer las ensaladas y hablar de cosas de mujeres (que generalmente tienen que ver con corazones rotos, depilaciones o suelos pélvicos más o menos atendidos).
Y junto a la parrilla los hombres hablan de cosas de hombres (o sea vaguedades sin profundidad emocional sobre quién vio más conciertos, quién tiene la mayor colección de discos o quién corre mejor detrás de una pelota).
Sí, estoy generalizando para irritarlo a usted.  Porque también, como saben mis amigas, soy la primera en disfrutar con las conversaciones de minitas, y hago todo lo posible para que nos ríamos de nosotras mismas. Y porque espero que esta generalización ayude a entender lo que viene ahora, y que es como el epítome de lo que me viene pasando en los asados, y que me ocurrió un día a finales del siglo XX.
En uno de estos asados una chica muy hermosa se me presentó diciendo:
-Yo soy la novia de Pitu. ¿Vos de quién sos novia?
¡Plop!
¿Hace falta que le ponga un subtítulo a esto?

Entenderán que a partir de ese día yo fui muchas veces de las que se quedaban junto a la parrilla para hablar con los hombres, sólo para joder, porque no era lo establecido. Sólo porque era ejercer un derecho a ser diferente que no había podido ejercer en las épocas en que las opciones eran jugar con los niños o meterse debajo de la mesa de los mayores para escuchar conversaciones no aptas para todo público.

Y yo siempre quise ser muy apta, y al mismo tiempo nunca supe dónde ponerme.

Entonces digamos que esta varonera, que tuvo que labrarse una conciencia gremial, como diría Mafalda, con mucho esfuerzo, muchas de cal y pocas de arena, ahora está encantada de participar de un encuentro de minitas, pero de minitas pulenta. Allí estaré el próximo miércoles, y allí espero verlos si tienen ganas de pasar un buen rato y de salir de los lugares pre-asignados que nos dio el Gran Acomodador de esta película.

Vecina de Champawat | julio 6, 2012 at 4:13 pm | Etiquetas: el ocaso del pudorfeminismoheloneida 

 

 

Las que se venden a sí mismas

 

 

Este texto fe publicado en la web de RTVE el 22 de noviembre de 2011

A una amiga mía le preguntaron hace poco por qué asociaba femineidad con fragilidad, y le pidieron ejemplos de mujeres frágiles. Llegamos a la conclusión de que no conocemos mujeres así. Sí conozco mujeres que eligen hacerse más o menos las tontas con respecto a las ganas de quemarse vivas en su propio fuego. Conozco señoras y señoritas que intentan no llamar mucho la atención, o llamarla de la manera correcta, siendo sexies y perfumadas.

Tranquilas, hermanas hembras, nunca estaremos a salvo del todo, ni siquiera de nosotras mismas: en este mundo en el que vivimos, “puta” es un insulto para cualquier mujer en contacto con su sexualidad. Puta es una palabra arrojadiza, puntiaguda. Nos la dan cada día en ayunas, una gota de veneno instilado en el oído. Hay otros insultos sólo-para-mujeres, desde luego, bonitas piezas talladas en escupitajo, como “gorda”, “fea”, “loca”, “mala madre”.

Inventarse un burdel donde reinar y enseñorearse es fácil. Inventarse una vida de mujer no tanto. Hay que elegir cómo vivir, o lo que es lo mismo en estos días, acertar con la etiqueta correcta, seguir las reglas de juego de adornarse, mutilarse, inflar la imagen.

Venderse a sí misma es más fácil de lo que se cree. Las mujeres lo hacemos unas cuantas veces a lo largo de la vida, nos vendemos a trozos, como a través de un mostrador. Cada vez que hacemos algo contra nuestra voluntad, cuando postergamos un sueño para que no nos llamen egoístas, cada vez que nos subimos al carromato de las bien miradas para no parecer raras, cada vez que nos negamos al postre por su potencial de ponernos gordas.

Lo difícil es escapar al ejército de los muy limpios, esos que van por la vida con una piedra en la mano. Escapar al control que es, en el fondo, lo que los muy limpios o muy iluminados quieren ejercer sobre cualquier mujer que no siga el escalafón de novia-esposa-madre-cocinera. Siempre listos para denunciar lo que no les parece agradable a la vista. Y sin embargo sí les parecen agradables sus señoras con idénticas cirugías, salidas del criadero central. Se ve que para ellos, hay unas maneras de compraventa que son justas y necesarias, y otras que no. Su moral y sus buenas costumbres están llenas de historias de terror. Yo lo sé, yo puedo contar lo que se cuece en el seno de las buenas familias, pero temo que después mis amigos ya no me saluden, y me llamen puta a mí, y ramera a mi madre.

Un limpio pide que le traigan, en bandeja de plata, la cabeza de aquella que se anime a decir que goza, y que cobra, y que encima está orgullosa de hacerlo. Tenemos delante de los ojos una quema diaria de brujas. Los que encienden el fuego son también dueños de las etiquetas, y las escupen como a través de una cerbatana. La verdad absoluta es el veneno de los que se creen más dignos que los demás. Dios nos libre de los que se consideran ya puros de espíritu y andan repartiendo cucharadas de salvación por nuestro bien.

Me pregunto por qué este ejército de limpios nos viene a decir cómo son las cosas,quién debe abrirse de piernas y con quién, a cambio de qué favores, y con qué estado de ánimo.

Fue divertido imaginarme un burdel donde reinar. Me gustaría ser capaz de imaginar un mundo donde las mujeres puedan realmente ser libres para hacer lo que les dé la gana, incluyendo el derecho a trabajar con su piel y orificios, con su arte de escuchar y acariciar, si eso es lo que desean. Un mundo donde una mujer haga su propio inventario y ponga precio real a todo lo que tiene para dar, sea lo que sea. Y que los muy pulcros no puedan castigarla por ello, explotarla por ello, maltratarla por ello.

 

 

Imagen: World of men, collage por Lou Beach.

Ya veremos, ya vendrá

Si le preguntan, ella dirá que nunca se vistió de blanco en Año Nuevo para ver cómo las bahianas trepaban olas con vestidos hinchados como medusas para devolver sus conjuros al mar. Aunque en Leblon sintió por primera vez el pulso de algo más grande que ella misma y tuvo miedo.

Tampoco quemó nunca afrentas antiguas la noche de San Juan. Aunque sí ha quemado cosas. Tartas y budines, en su mayoría. La parte de abajo. Si al centro no le falta cocción, siempre se le quema la parte de abajo.

Estos días las palabras que oye huelen a humo y las cosas le dejan en la boca un sabor a kerosén.

Hay una larga lista de películas que debería haber visto; dice que a ella la ficción no le interesa. Hasta que un día le presentan a un hombre que habla todo el tiempo con citas de películas y la avergüenza en público, dando por hecho que ella conoce los diálogos de las películas que están en su lista. En su lista de clásicos que nunca vio.

A ella sólo le importa ser maravillosa y se peina con trenzas elaboradas que suscitan la admiración de las esteticistas que se cruza por la calle.

En días grises, pone la radio clásica y cruza los dedos para que suene alguna ópera en alemán, así no se sentirá tentada a comparar aullidos con la soprano, y nadie tendrá que escuchar cómo desafina.

A veces la rapta un violín y se queda inmóvil, con la espumadera en la mano, hasta que las impurezas del caldo vienen a buscarla con un murmullo a hornalla mojada.

Desde la ventana de la cocina ve las montañas que rodean su pueblo, pero aunque la invitan a excursiones ella siempre dice que no. Se le ocurre que habrá cavernas, piedras húmedas y resbaladizas. Se romperá la crisma y se deslizará hacia el corazón de la montaña negra, donde nadie podrá encontrarla jamás.

Pero imagina allí dentro estarán esperándola todas las tapas de plástico de los compartimientos de pilas de los walkman. Tal vez estén también las cartas de su club de correspondencia de la niñez. Y las peinetas translúcidas que guardaba en primoroso estuche de cuero con broche, y que de tan bien guardadas perdió de vista para siempre

Tal vez esté su primer diente de leche. Ella lo tiró por la ventana, porque no apareció nadie que le propusiera meterlo debajo de la almohada y esperar el milagro de la transmutación de tejido en metal.

Le gustaría encontrarse también con el deseo que pidió la primera vez que sopló las velas para su cumpleaños, aunque no recuerda cuántos años tenía ni qué pidió. Pero debe haber sido algo que valiera la pena. Los niños a esa edad piden cosas importantes y duraderas.

Esos días, pensando en la montaña, con el caldo ya listo, apaga el fuego y se sienta junto a la ventana de la cocina. Hace una lista de la compra, y otra de cosas necesarias para una excursión que nunca hará. Luego, con el corazón liviano como un niño, eleva los ojos al cielo y pide un deseo: que la montaña venga a buscarla y la engulla. Y que en el interior, en esa caverna oscura, esté esperándola el hombre que habla de cine todo el tiempo, el mismo que no entiende que ya tiene suficiente con su película cotidiana, que cada uno tiene sus problemas, sus líos, que las cosas importantes de la vida no se arreglan viendo películas, que a ella no le vengan con cuentos.

 

 

Image: Mountain/traveler by Natsuo Ikegami