Menú de lunes ovárico

 

Hoy es lunes y tenemos un menú especialmente pensado para nutrir el sistema sexual femenino, pero no por ello contraindicado para varones u otros entes con aspiraciones ováricas más o menos literales.

Sin más demora, entonces, nuestro personal de sala irá pasando con bandejas para que ustedes elijan y disfruten.

(No se llenen que también hay postre y después se quejan de que no les entra el traje de natación sincronizada)

De entrante:

  • niñas confinadas a rincones sombríos y pintadas de verdín
  • tomates floridos, pero floridos en catalán
  • el verano que nos come y nos magulla
  • amantes que nos regalan melones, sin importarles lo mucho que nos desalienta su olor a oscuro fracaso veraniego
  • una lista dentro de otra lista: una lista de todos los músicos que llevan el nombre de Keith y que nos alegran la vida desde el más allá o el más o menos aquí
  • la imagen de las voces mentales de los miles de lectores de Champawat, susurrando en interiores craneanos alrededor del globo una lista atropellada de Keiths
  • la invitación al juego como proa destructora de icebergs
  • la invitación al juego como pasaporte a una lista negra indeleble
  • la adicción al visionado de cuerpos atléticos una vez cada cuatro años
  • escritura de encendida misiva al comité internacional proponiendo el desplazamiento en silla giratoria y lanzamiento de teclado contra monitor como disciplina olímpica

Seguimos con:

  • las expectativas ante todo
  • voluntarios vestidos de sargentos pimienta fluorescentes
  • señora británica que afirma que está cansada de escuchar Hey Jude en todos los bautizos y comuniones
  • 8 segundos de Rolling Stones
  • 8 segundos como tiempo suficiente para llegar al orgasmo
  • Lewis Carroll y Duran Duran
  • enfermeras vestidas con trajes azules y delantales blancos como Alicia filtrada por Disney
  • el universo filtrado por Disney
  • la sorpresa de las señoras mayores al constatar que la bobalicona de la Sirenita o la políticamente correcta Pocahontas califican como heroínas Disney ante baluartes como la princesa Aurora
  • D.Y.S.O. y un verso sobre Scar que me gustaría recordar siempre
  • jugar a competir y su efecto sobre el dolor psíquico
  • la malquerida que adquiere rivales – una telenovela
  • lavar la ropa por tandas, no ya de colores, sino de estampados similares
  • metros y metros de sogas de tender la ropa con prendas a rayas
  • el libro de autoayuda forrado para salvaguardar el honor en el tren
  • piedras intracorporales: el concepto
  • el magma que crea vs el magma que destruye
  • El arrecife de coral como estructura viviente
  • amores que lastiman más que el coral, amores frágiles como corales frágiles, amores en peligro de extinción, amores engarzados para lucir sobre la piel

De postre:

  • Strawberry Fields Forever (con crema pastelera al cardamomo)
  • Lips Like Sugar
  • Some Candy Talking
  • quesillo de cabra con miel de caña
  • aceite de onagra

 

 

 

 

Imagen: Femme Fatale, illustration by Matou en Peluche.

 

El gozo

Este relato fue publicado en el número 84, enero-marzo 2012, de la revista literaria La Bolsa de Pipas.

 

El gozo, pone ella.

Es como intentar escribir un informe de dos páginas titulado El western.

Tenemos tanto de qué avergonzarnos. ¿O no, mascarita? Te conozco, pájaro aviador. Conozco tus trucos. En realidad creo que ya me lo has dicho todo, con tu manera de mirar culos y de agitar banderines para explicarme lo que pasa.

Me da ganas de beber algo para que dejes de aclararte la garganta. Dame un pedazo de aquello que escondés entre tus molares, rumiante de mi vida. Dudás, vas, venís. Hasta cuándo, vos y este vaivén de bolero.

Las maracas se me acercan espantadas, se me encajan debajo de la mandíbula y me piden por favor que deje de mentirles a todos con títulos así, que haga un esfuerzo por ser más sincera, que no baile yo también este eco atroz.

Hay pequeños milagros extendidos entre vos y yo, los tracé cuidadosamente sobre papel de calcar en clases de control mental y magia blanca. Prendí velas a santas con nombres de telaraña, con tal de que esos milagros llegaran a buen puerto. Con tal de recibir el gozo de tus manos.

Enumerando todo lo que hice, aparece un nuevo perfil en el papel. Es el mío, pero más cansado, menos firme. Un perfil con el óvalo caído, con la molécula de colágeno ya desintegrada, como los buenos estofados después de tres horas de cocción a fuego lento.

Yo ya no me quemaba mientras intentaba unir nuestras vidas. Simplemente le desprendí las branquias a los peces, hurgué dentro de los vientres vacíos de otra gente para ver si ahí se escondía algo que me recordara a vos. Me subí a montañas rusas, esas que me daban tanto miedo, comí bortsch, y el equivalente soviético de los pierogi, para calmar el hambre. Colgué pequeños cuernos napolitanos, rojos y furiosos, en los dinteles de las puertas, para soportar las noches de primavera. Me depilé con caramelo caliente porque lo leí en una revista femenina, y aullé tu nombre mientras los médicos arrancaban las tiras de piel con ese color tan bello, como la sangre coagulada después de las palizas. Pude ver lo que había debajo de mi piel y no estabas vos, las venas no dibujaban tu nombre con firuletes de sangre. Que alguien me lo explique.

Y se supone que esa, la de la piel quemada, la de la carne floja y los cuernos napolitanos soy yo.

Extremadamente perdida en las cerrazones, quién sabe, mi vida, por dónde andaré. El problema es que me sigue pareciendo mal la vida sin vos. Aprendí a tirarme las cartas y las consulto cinco veces al día, con cada comida.

Ahora saco escalera de color.

Quiero saber por dónde caminan tus pies, escribí una mañana en un cuaderno, y esperé. No obtuve respuesta, claro. De todas maneras no hubiera sabido qué hacer con esa información. Esto fue hace muchos años, antes de la invención de los teléfonos con posicionamiento global. Sólo me quedaba encomendarme a los ángeles, y probablemente algún ángel sumamente sincero hubiera venido a decirme que tus pies caminaban hacia la casa de ella. Que alguien me lo explique.

Abro mucho los ojos mientras busco otras escaleras de color, pensando que así activaré alguna función oculta de la memoria, un plus aditivo, algo que me brinde más detalles de lo que tenías puesto, por ejemplo.

El pelo se me cae tratando de recordar si usabas camisas de manga corta, o remeras, nomás.

Creo que añoro demasiado esa tarde de verano en la que me paseaba en zuecos por delante tuyo. Agitaste muchos banderines esa tarde, y por mucho que todavía los vea flamear frente a mis ojos no puedo hacer nada por tapar la verdad. Y la verdad es que esa piñata estaba vacía. Metimos la mano los dos, pensando que saldrían caramelos, pequeñas galletas de la fortuna. Tu fortuna estaba en blanco y a mí no me tocó ni una galletita.

A mí no me tocaste. Bueno, un poco, por encima del pantalón, pero había más cosas que tenían que pasar y no pasaron.

Y me quedé sin galleta, arañando el paquete, metiendo la mano en un lugar de donde saldrían ciempiés, y escarabajos.

Algún día, si el mapa del gozo no está errado, nos encontraremos. El mapa dice que será allí donde a los amantes se les cambian los nombres. Muy bien. Allí será, entonces, y yo estaré esperando. Pero cuando nos encontremos tenés que poner algo de tu parte. Tenés que decir eso que venís rumiando hace tantos años.

Mirame a los ojos, como me mirabas antes el culo, y animate a decirme amiga querida.

Gallina.

Image: Hole in history, by Joao Figueiredo.

El Jesús personal de Berta SS

Antes de que me presentaran al hombre que más me quiso, yo ya lo tenía junado. Flaco, pelo largo, canchero. En mi mente, él fue siempre mi Jesús particular. Un Jesús comprensivo, que se reía más que cualquier Buda. Lo veía moverse en la plaza. Era el que defendía a sus amigos, el que los recibía con una sonrisa, y un abrazo cuando más lo necesitaban.

—El típico toqueteiro, ¿no?

—No, nada que ver. El que te abraza cuando sabe que te va a hacer sentir mejor, cuando sabe que lo necesitás.

—Perceptivo, sensible.

—Sí.

Mi Jesús particular solía saludar con un abrazo, pero era un abrazo fraterno, como dicen en los programas folklóricos cuando mandan saludos al Uruguay. Yo, que tengo el olfato más desarrollado que Borisbecker, ya sabía que sus abrazos seguramente olerían un poco a sudor y otro poco a porro. Pero un abrazo fraterno, viniendo de un chico como él, tenía forzosamente que ser mejor que muchos de mis polvos de discoteca.

Un día, mientras paseaba a Borisbecker por la plaza y trataba infructuosamente de que no cagara en el arenero, vi a Jesús sentado en las hamacas. La chica que estaba con él lloraba, y no parecía ser de las que toleran bien el sudor y el porro. Era una chica peinadísima, muy arreglada a la última moda. Una chica linda. Una chica espectacular, digamos, de esas a las que nos gusta odiar porque quieren ser siempre sexies. Una chica así, con Jesús.

Y ahí, al verlos en las hamacas, ella y sus tacos, el peinado con spray flexible preparado para resistir el zonda y el pampero, los ojos hinchados, se me quedó el corazón como repollo hervido. El problema era él. Su cara. El ceño fruncido de Jesús. Esta nena cotizaba en bolsa, y él perdía la paciencia. Ella lloraba retorciéndose las manos y él parecía a punto de escribir mensajes secretos en la arena. La versión 1999 del berrinche con los mercaderes del templo.

Jesus failure.

Me escondí detrás de un árbol, le mandé una orden telepática a Borisbecker para que se quedara en el molde, y juntos aguzamos el oído. Lo que sigue es una transcripción del diálogo que desgrabamos mi perro y yo.

—Porque yo no tenía ganas de estar ahí, cuatro horas viendo a gente transpirada cayéndose de la patineta.

—Jodete. Te hubieras quedado en tu casa con un video de Sex and the City y un whisky con pastillas.

—Yo no mezclo.

—…

—Hoy no mezclé.

Odié profundamente el chal translúcido de la chica, odié los bolsillos de su jean bordadísimos de abalorios, los odié con la misma intensidad con que me brotan espontáneamente unos odios last minute cuando me miro en el espejo de cuerpo entero algunas noches, antes de salir. Odié sus taquitos enterrándose en la arena, los dedos, demasiado gruesos para una verdadera belleza marieclaire, agarrando a mi Jesús de sus muñecas peludas. Recé para mis adentros, mi cerebro arrodillado: Jesús, no me falles ahora. Sonreíle un poco. Es carne de boludódromo, destinada a pasearse arrastrando carteras cada vez más grandes, destinada al metatarso deformado y al bótox. No tiene nada en la cabeza, pero acariciásela, una vez, para que yo te vea.

Jesús no le hizo una caricia, no la miró a la cara. No le besó las mejillas mojadas de lágrimas. Se quedó ahí, enfurruñado y distante, mientras una chica linda lloraba una pérdida que aún no alcanzaba a cuantificar.

Por supuesto ese fue el momento que Borisbecker eligió para localizar a Namasté, la caniche de la pelotuda del séptimo A. Borisbecker, con intenciones de empomar, tiene fuerza suficiente para arrastrarme a mí y a un ejército de modelos de Eyelit hasta la plaza más cercana. Ni hablar si la montaña viene a Borisbecker. En un momento se desbarató la escucha y todo se transformó en carreras, ladridos agónicos, entrecruce de correas, gritos de horror. Borisbecker con el pito afuera, Namasté y sus chillidos y los chillidos de la del séptimo A y su bambula y la puta que los parió a todos.

La última vez que pude mirar, la cabeza de la chica colgaba, junto a su pelo espléndido, en un llanto inmóvil. Jesús miraba lejos. Entre ellos, parecía que hubiera surgido de la arena algo alto e infranqueable, como el paredón de un cementerio.

Ese fue el día en que comprendí que Jesús podía enamorarse de alguien como yo, y que yo no iba a quedarme tranquila hasta lograr oler de cerca ese abrazo fraterno, esa desilusión, ese muro.

Image by Print Mafia.

Pulgas cósmicas

 

La pulga mira por la ventana. Tiene dos opciones: creerse que es poderosa, evolucionadísima, y que ha dado un gran salto, o simplemente cerrar la boca, aceptar su sino de parásito patético y celebrar su insignificancia.

Mientras, busca como loca palabras de otros para describir las cosas que pasan por su cabeza cuando se asoma a la orilla del océano cósmico, como decía Carl Sagan. Él habló también de los primeros hombres junto al fuego, mirando al cielo y preguntándose sobre las estrellas.

—Son los fuegos de otros cazadores-recolectores, mirándonos desde lejos.

Desde arriba, alguna pulga intergaláctica podría pensar que las luces de nuestro planeta son las hogueras de los cazadores-recolectores, el fuego que sigue juntando a las personas, la excusa perfecta para que aparezcan las historias.

Si gustan, asómense a esta ventana de la Estación Espacial Internacional. Con volumen y pantalla completa se aprecian mejor la evolución y la insignificancia.

View from the ISS at Night from Knate Myers on Vimeo.

 

Este miércoles 25 de julio nos reuniremos en torno al fuego de Poetry Slam Mallorca, para celebrar el slam del mes de julio. La cita es en el Café Terraza Ses Voltes y el poeta invitado de este mes es D.Y.S.O. Yo estaré ahí en medio, nerviosa como es habitual, participando de mi primer slam. Ya saben que en estos casos se agradecen la compañía y los ánimos. Espero verlos por allí.

 

 

 

Cartel por Toni Bauzá.

 

Krishna en la orilla

 

 

Él se había disfrazado de Krishna. La gente no entendió.
—¿Quién sos, el pitufo drag queen?
Estaba tomando un whisky en la barra, muy mortificado. Ella fue la única que se dio cuenta al ver el azul, las joyas. Estaba vestida de mujer maravilla. Se fueron juntos.
La noche de la fiesta de disfraces soplaba una sudestada feroz y las calles se inundaron rápidamente.
Él se sacó uno de los muchos pareos que llevaba atados a la cintura y la envolvió para que no tuviera frío; ella tenía la cara azul. Incluso cuando habían pasado muchos meses ella seguía teniendo la sensación de mancharse de azul cuando lo besaba.
No tenían mucha plata. Lo poco que tenían lo saboreaban hasta sacarle el jugo, como masticar la cabeza de una camarón, todo el fondo del mar cayendo entre las muelas y encantando a las papilas gustativas.
Compraban discos y se desintegraban en la oscuridad de la habitación de un hotel alojamiento, saboreando por anticipado las canciones que iban a escuchar.
Fueron a ver Goodfellas. Había un tipo raro sentado en la fila de atrás y ella quiso irse. Él no le hizo caso y ella ya no pudo concentrarse en la película. Aguantó durante toda la función el roce en el asiento y el movimiento rítmico del tipo del asiento de atrás.
Las cartas segregan una sustancia que se pega a la palma de las manos y las deja ardidas, dolientes, deseantes. Pero ellos nunca se escribían cartas.
Un interlocutor sólo es válido cuando la otra persona quiere emitir un mensaje. Las chicas frías no hablan pero gritan por dentro.
A veces lo que no se comparte con las amigas es más importante que lo que se comparte con las novias.
A veces una novia es sólo una muleta.
Él era correcto y apasionado en la cama. No hablaba mucho.
Ella tampoco hablaba pero por dentro lloraba de amor.
Al final gritaban los dos como si se acabaran de despertar de una pesadilla.
Él le cantó al oído muchas canciones de Joy Division. Ella cierra los ojos y todavía puede escucharlas. Pero esto es mentira.
Ella un día abrió la boca pero no dijo nada. Le hubiera gustado decirle que tenía ganas de envejecer a su lado, pero era el tipo de frases que una chica fría como ella no podía permitirse.

Él se gastó el sueldo de una semana en una cena romántica en un restaurante de la costanera. Quería sorprenderla, decirle que sus ojos brillaban más que todas las estrellas sobre el río, que la querría siempre. Ella vomitó cuando salieron del restaurante; nunca supo comer con vino. También vomitó de miedo, parecía que seguían los pasos lógicos de dos novios cualquiera, y ellos tenían más planes además del escalafón.

Él también estaba triste.
Se prometieron que el próximo aniversario iban a estar solos en un lugar lejos de ahí, en un lugar como les gustaba a ellos, sin sol, sin calor, sin gente.
Ser linda no lo es todo en esta vida.
Ella lo supo antes de ver la vida desde el lado incorrecto de una escopeta.
Quién sabe qué pensaría él de la belleza. Tal vez para él la verdad fuera más resplandeciente que la belleza, como una naranja maravillosa.
Cuando llegó el día los dos tuvieron miedo, pero se miraban sonriendo y parecían sumamente adultos y valientes.

 

 

 

 

 

 

 

Imagen:  Halina Duda. Joy Division Fan, acrylic on wood by Marta Quílez.

 

 

 

Berta SS y la controversia de los Sea Monkeys

 

Tuve dos novios que me quisieron de verdad: Peluca y el Toto. Los demás, un rejunte de losers cósmicos. Sí, me traían flores, y me invitaban a comer a los mejores lugares. Los mejores lugares. El último se gastó una fortuna en restós antes de que lo dejara verme en bolas. Menú degustación a mí. Como tirar margaritas a los chanchos. Guardo en una lata de galletitas danesas los folletos de restaurantes con servicio a domicilio: sushi japonés auténtico, sushi de chino camuflado, pizza y pasta, rotiserías, empanadas, exóticos onda sirio hindú, parripollo. Tengo una colección de bandejitas de aluminio y plástico en las que recaliento ad infinitum trozos de pizza en el horno y porciones de pollo en el microondas. El encargado de mi autopsia, entre tanto policloruro de vinilo recalentado, tanta dioxina liberada, se preguntará si está abriendo a una mujer o a un maniquí. Relleno las botellas de agua mineral con agua de la canilla y dejo que se condensen. Me gusta mirarlas al trasluz. Espero, algún día, poder crear mi propia variedad de Sea Monkeys.

—¿Vos tuviste Sea Monkeys?

— No, mis viejos eran conservadores. No pasamos del ludo y la lotería, y, mucho después, el Atari.

— Yo tuve Sea Monkeys. Eran una garcha, no se veía nada. También hice lo de los cristales de aspirina en agua. Eso era más flashero.

—¿Por qué hablás como si tuvieras doce años?

—¿Para eso me llamás? ¿Para hablar de los Sea Monkeys y después insultarme?

— Yo no te llamé, infeliz, hace doce días que me seguís por toda la ciudad para hacer que nos encontremos por casualidad.

— Al final es verdad que sos una enferma. Me voy.

— No te vas, te estoy echando yo, nabo.

— No tenés huevos.

— No, lindo, huevos tienen los trabas de Godoy Cruz que vas a ir a ver ahora.

— Loca de mierda.

— Andá, andá. Boludazo.

— ¡Frígida!

No, no tengo respeto por nada. Y menos por el orgullo de un loser. Estoy harta del típico porteño piola, muy perfumado, con músculos inflados en el gimnasio, con un kit de bromas y muletillas con doble sentido listas para usar. Como si estuviera siempre llegando a una despedida de soltero. Te presiento.

En cambio, a mis amigas les gustan justamente esos.

— Qué tubos que tiene, está re fuerte.

—¿Por qué hablás como si tuvieras doce años?

— Perdón.

Abro la heladera y rebusco en las cajas de papel aluminio. Elijo un chikenito frío y arrugado. Todavía sabe lejanamente a pollo. Borisbecker se levanta de su letargo en el rincón de los juguetes y llora. Siempre llora este perro puto. Lo amenazo con el dedo en alto. Me dirige un último lloro antes de volver a su sitio y acostarse, ofendido. Le tiro lo que queda del chikenito y lo atrapa en el aire como un perro bueno. Me tomo un gran vaso de agua saborizada. Me gusta cuando en las explicaciones de las dietas ponen eso: un gran vaso de agua, un gran plato de lechuga. Como si semejante apreciación del tamaño de la vajilla nos devolviera la alegría al espíritu. Todos saben que el verdadero júbilo espiritual es un plato de fetuccini tuco y pesto de Pippo.

Antes de que haya confusión alguna: yo nunca hago dieta. Finjo que hago dieta más que nada para acompañar a mi amiga, la Micropunto. Guardo copias de sus dietas para saber en qué fase estamos y así poder apoyarla. Está la fase ataque del astronauta, la fase mantenimiento de Scarsdale, la fase me-como-todo-el-kiosco-de-la-esquina. Yo soy de esas que pueden comer de todo sin engordar, sin que les salga un grano inoportuno. Esto me recuerda que tengo que prenderle una nueva vela a San Genaro, que me protege el hígado, y otra a San Pancratius, que me protege el páncreas. Borisbecker emite un ladrido grave y sonoro, y se sienta muy derechito en su lugar mientras prendo las velas. La cocina se ve muy vacía a la luz de las velas. El verano se retuerce en las macetas secas del balcón y no sé a quién llamar.

 

 

 

 

 

 

Fotografía by Guy Bourdin

 

Resistencia

 

Miro documentales de vida salvaje, porque este fin de semana me robaron la dosis de salvajismo que me había preparado cuidadosamente. Miro documentales de felinos a medianoche, porque mirar documentales de escarabajos a medianoche es demasiado policía-preñada-de-Fargo. Anoche vi a cachorros de leopardo atrapados en su propio juego, dando vueltas alrededor de un árbol muerto. Los vi desgarrados de pura inocencia, de pura prisa de beberse toda la vida de un sorbo. Los vi morir de debilidad en torno a un árbol muerto.

Junto a la carretera me saludan cada día los gatos atropellados. Quiero detenerme cada vez y acariciar lo que queda de ellos en el asfalto para que el sueño les sea propicio. Pero no es tan fácil frenar la vida por otros.

A la hora de la siesta, antes de que el sueño venga, se me aparecen las huellas de sangre y tejido en el asfalto. En el momento de quedarme dormida, sé que hay una parte de mí que estiraría los dedos para llevarse la textura de la muerte al lugar de las pesadillas, para dejarla allí y que no moleste.

En cambio, la siesta me trae un sueño plácido, de cuadernos blancos y cremosos. Paso la mano por la página varias veces antes de empezar a escribir. Cuando quito la mano las palabras ya están allí. Reconozco la letra; es mi caligrafía de nena, con las aes redondas, de colas largas. Como gatos domésticos.

Las palabras hablan de la escritura, de la búsqueda. Escribo a continuación con mi letra de ahora, una letra que se ha alargado, que se ha desilusionado de tanta sombra. Escribo un montón de palabras sobre escribir, y la sensación es la de bailar en la niebla. Sé que lo que escribo en sueños es verdadero y hace que el corazón me dé saltitos de cachorro. Lo escrito en sueños deja una marca profunda en el papel, y es la clave para completar el proyecto en el que estoy trabajando. Pero no es fácil frenar un sueño para tener tiempo de leer las indicaciones, las pistas.

El sueño sigue su curso y me atropella. Alguien se detendrá en la banquina para despedirse de lo que queda de mí.

Fotografía by Lara Ginhson

 

 

Blues con esencia de naranja amarga

 Este texto fue publicado en la revista Agitadoras.

 

 

Hoy estoy preciosa, soy fanática de mí misma. Me he autoproclamado vencedora en todos los Mah-jong que jugué esta mañana. A ver cómo igualan esto todos los que dicen que no sirvo para nada.

Por algún motivo, después de un rato el orgullo se retira, dejándome con más hambre que antes. Entonces me como un trozo de melón, que no engorda. Con la sandía no puedo, me recuerda demasiado a esos cosméticos que huelen a sandía.

La vida es para eso, me dijo ella, y miró por la ventana.

Yo salía con un chico que era creativo de una marca de productos de belleza. Se encargaba de los nombres, y de la mística detrás de los nombres. Gracias a él teníamos las Proteínas de Seda, el Max Volume Pump, las Nanoenzimas de Piña, las propiedades emolientes del Nenúfar Hawaiiano, las esencias de Pradera de la Provenza y Pomelo de la China.

Sus mejores ideas se materializaban en la ducha. En el vestuario del gimnasio, mientras sus compañeros de bicicleta estática se enjabonaban los bajos con diversos geles para piel sensible, se le ocurrió lo de las Microesferas Splash de Suavidad. Otra vez tuvo que salir veloz y chorreando de la ducha de un resort en la orilla opuesta del Mediterráneo, para apuntar en su block de tapa amarilla la frase “Frescor del Nilo”. Y también, ya que estaba “condones, yogur, antihistamínicos”. Y más abajo, “postales”.

Es para eso, sin duda. Y los ojos de ella tenían arruguitas alrededor, de llorar, pero también de reír mucho.

En el avión volviendo del Nilo él encontró otra petit maravilla: “la flexibilidad del junco egipcio en tu pelo”. Casi gimió de felicidad, pero le faltaba una sílaba para ser haiku, y luego se enredó con las oes, las es y los diptongos. Después de un rato dejó de intentarlo. Pidió un bourbon, soñando con la próxima ducha.

La vida es para eso. Nos quedamos quietas mientras ella lo decía, y su voz era tan nueva, tan distinta a lo que me había imaginado. La vida debía ser entonces un nuevo lugar amable, con voces dulces, tremendamente familiares de tan desconocidas.

La revancha de él vino en el transbordo en Schiphol. En uno de los cubículos con ducha, tan brillantes y esplendorosos, recitó, extático:

Espuma de Baño Relax, Ensueño de Flores Índicas.

Y también:

Loción Tonic Furor, Estallido de Agua de Sativa.

Al transcribirlo, le seguía sonando bien, así que cerró su cuaderno con elástico y sonrió.

¿Salía con un chico, dije? No. Me lo cogí un par de veces. Me enamoré de él cada vez, ojo. Yo sólo cojo si estoy enamorada.

Me gustan los chicos como él y nunca tuve ninguno. Porque bueno, a él tampoco lo tuve. Me gustan esos flacos modernos que usan camisetas pegaditas que sin embargo todavía les quedan un poco sueltas en la espalda. Simplemente me calienta que se la pasen hilvanando tenues pasarelas entre su falsa creatividad desbordante y su necesidad de llegar a fin de mes. Deliciosos. Me comería toda su pija con sabor Ultra Maxx Skin Aroma.

Él es alto y flaco, tiene el pelo negro y la piel pálida. Es un moderno que antes fue dark que antes fue punk. Las paredes marcan la evolución: los posters de hoy, pegados con esa especie de plastilina azul, tapan la marca de la cinta scotch amarillenta en una pared ya agujereada por las chinchetas.

Cada tanto piensa que podría funcionar algo así como Ritmo Devo para tus Ondas.  O Gel Efecto Peluca Cure of the Jezebel. Pero esos borradores nunca los muestra. Tecnología Curl Overdrive Resurrection, propuso él un día, para un spray resucitador de rizos. Si los italianos ya lo llamaban ravviva-ricci, ¿por qué no podía él hablar de resucitadores? La multinacional se negó: había que contar con los frailes rizados del Vaticano. Mucho San Pedro, demasiados alcauciles a la judía. En temporada, claro.

Lo llamé agitada una tarde para contarle que había encontrado en una novela de la Jong una lista deliciosa: Rosa Prepucio, Malva Glande. Él se agitó incluso más que yo. Sospecho que todavía conserva la lista de tonalidades de rouge que pergeñó esta tarde, y que aún no ha podido colocar en ninguna campaña.

Pero ya bastaba con cómo nos colocábamos nosotros imaginándonos todo el percal: si me pinto debajo de la ceja con Nude Nipple, el párpado superior con Pubic Mahogany, y remato las pestañas con Afro Ball, ¿se darán cuenta de mi mirada lasciva?

Ambos sabíamos que se necesita algo más que un poco de maquillaje para lograr la tan añorada mirada lasciva.

La vida es para eso, dijo ella, y el café se nos enfriaba en las tazas de tanto mirarnos. Yo nunca tomo café, esto es una mentira, pero ese fue uno de los pocos momentos en los que deseé saber decir la verdad.

Es que él era el regalo perfecto para esa noche especial, si yo hubiera sido una novia deseante: algo viejo, algo nuevo, algo prestado, algo azul. Blue Bride, con Fantasy Effect.

Resulta que después de un rato ella seguía ahí.

Lo más loco de todo era eso, que ella no se desvanecía en el aire, ni desaparecía en una nube de azufre. Mis frases de un minuto antes y su frase de ahora la hacían más consistente que nunca, más clavada que nunca a la palabra.

Los ojos de él, azules. Los de ella, sin sombra prestada, sin nombre artístico. Prestado, sí. Viejo y nuevo, como cada vez que una decide jugar a la bestia otra vez.

Ella me besó en la mejilla, y yo creí que era para despedirse. Olía bien. No tuve ganas de ponerme a pensar a qué.

Yo no sé qué va a pensar la gente.

Ella se quedaba ahí, y todavía tenía cosas para decirme, aun cuando a mí se me había acabado todo. La paciencia desde luego, pero también la compasión. No estaba seguro de haberla entendido, entonces miré sus labios para ver cómo se movían al decir otra vez lo que tenían que decirme.

La vida es para eso.

Y me imaginé entonces la vida como una pista vacía y luminosa, donde una va con sus mejores galas para luego, veloz y chorreando, desnudarse, y así llevarse a casa al novio de otra.

 

 

Image: Orange blossom, by Rebecca Artemisa

Un menú oscurito

 

 

 

Hoy es un día así, de cuarto menguante, pero no por eso nos quedaremos sentadas en la caja del gato, rodeadas de moscas y oloretes, no.

Hemos contraído una obligación con los invitados y, aunque no vendrá Giotto a inmortalizar esto cual banquete de Caná, sí que hemos preparado un menú de batalla.

Hoy tenemos:

  • señoras gordas con abanicos golpeando el pecho en enfático mea culpa
  • el drama de la taza de té en verano
  • el ulular de los escritores
  • una armadura preciosa
  • la viuda que vive apartada del pueblo y hace debutar a los hombres jóvenes
  • el concepto del debut y la performance anxiety clavadita en tu bulbo raquídeo para siempre
  • el orgasmo popular y obligatorio
  • fingir para que el amante se sienta mejor, fingir constantemente, fingir que estamos vivos y que nos gusta
  • la mujer como responsable del desempeño del hombre
  • desempeño, tarea, performance, antifaz
  • la madre como responsable de la formación emocional del hombre
  • la indiferencia acerca de la madre como responsable de la formación emocional de otros seres
  • personas que saben que no es fácil ser sólo una persona sin etiquetar
  • gente que necesita saber, todavía, ya mismo, quién es straight y quién no por simple cuestión de logística y más que nada para no malgastar discurso de cortejo
  • peine, spray, bowling
  • penas redonditas y emplumadas como gallinazas
  • Gift, la película y (atención spoiler) la escena de la ducha
  • los muertos como responsables de autoerotismo asistido
  • amigos con nombre de héroe medieval
  • matar al dragón
  • la ondina del estanque
  • el goulasch no es un estofado y otras rebeldías
  • el ragú del C.O.D.O.
  • estambres y pistilos bien insertos en el tálamo
  • heridas empolvadas
  • coques de dacsa valencianes: llicsons (diente de león) y otras hierbas amargas, sofritas con aceite.
  • Pizzería La buena pala
  • James Coburn en Affliction
  • un día difícil no siempre es un día de furia
  • la furia es El sonido y la furia reeditado con párrafos diferenciados en technicolor y enterarse de que encima fue idea original de Faulkner, que se lamentaba porque la imprenta no estuviera avanzada hasta ese punto. ¿Y nuestras noches en vela? ¿Y la lectura febril yendo delante y atrás para dibujar la trama en un telar imaginario?
  • la furia es Hemingway y sus 138 finales alternativos. Sabés qué, Ernest, tanto iceberg y tanta escopeta y tanto acampar junto al río y al final no tenías ni puta idea, igual que todos los demás, goddammit. ¿Qué es esto? ¿Hemingway-elige-tu-propia-aventura?
  • el proceso creativo del mentor como responsable de la frustración y/o alivio del novato
  • chica ingenua con don de gentes estaría necesitando que se pongan las pilas con los mitos porque una ya no es adolescente y tanta bajada torpe del altar empieza a embarrarnos el campo de visión.

 

De postre:

 

 

Imagen: This is impossible, drawing by Justin Brown Durand.

 

 

 

 

Berta SS (Siempre Sexy)

Creo que soy de esas a las que le va a colgar el cuello, fláccido, como una tortuga de Galápagos. A menos que me decida hacer algo al respecto, pero ya. Me pregunto cuánto tiempo falta para que tenga que hacerme peinados hacia arriba, incorporando mucho aire. Mi poco pelo de repente adquiere las propiedades de unas claras a las que hay que dejar a punto de nieve. ¿Cuánto tiempo falta para que la mente funcione de tal modo que teñirse las canas de lila metalizado parezca una buena idea?

¿Cuánto para necesitar dientes postizos? ¿Y para empezar a despedir olor a apolillado, a encía enferma, a pis? Mirarse las sienes encanecidas en el espejo me hace lanzar estas preguntas al éter. Designio evolutivo que deja bien claro cuáles son los especímenes ya pasados de rosca, los que no deberían ser deseables en las rondas de apareamiento. Lamento decepcionarlos pero, a pesar del cuello y las dudas, Berta se encuentra ahora más a punto de caramelo que a los veinte. Pequeños milagros de la adultez.

-Te cambió el pecho.

-Sí, viste.

Yo, Berta, de costado en la cama, como una maja desnuda con las medias puestas, me miro. El brazo de arriba toma la forma de la cadera y ayuda, ya que estamos, a disimular algún que otro pliegue. El pelo cae en estudiada catarata sobre el hombro. Me abro un poco de piernas y Borisbecker, mi perro, viene y me huele el pubis. Lo dejo, pero de repente me da miedo que ataque esta pequeña maraña con los dientes. Desde aquí huelo su aliento fétido. Lo echo. Se me desarma la pose. El espejo capta una imagen desparramada que quiero olvidar. Me cago en el perro, y en la puta que lo parió. Me levanto, voy hasta la cocina, me abro una botella de vino. Hay dos sartenes con restos de cebolla; todavía no aprendí a saltearla y hago experimentos consecutivos pero algo falla. Al ver las sartenes grasientas, la cebolla quemada y cruda al mismo tiempo, algo se me clava en el pecho y me enrojece el campo de visión. Estrellaría las sartenes contra el suelo, pero después tendría que limpiar. Ay, Berta, Bertita. ¿Por qué no podés ser sexy a todas horas?

—¿Qué comerías?

—¿Si tuviera que ser sexy a todas horas? Sushi delivery. Palito, mojar el cosito, niguiri con los dedos, mojar otra vez. Después lo metés todo en la bolsa en la que vino y listo. Los japoneses la tienen re clara.

En la heladera, entre el queso de rallar y los restos de pollo al spiedo, en medio de las aguas saborizadas y el pan lactal, hay cuatro tarros de crema facial euforizante, de la marca japonesa que uso habitualmente. Dicen que si la guardás en la heladera los beneficios son mayores. La crema japonesa refrigerada no alcanza a borrar mi expresión de cansancio y tristeza, y me produce un escalofrío certero cada vez que me la echo, fría como dedos de muerto, en la cara.

—¿Por qué seguís haciéndolo?

Por qué sigo haciéndolo. Porque es japonesa. Porque hay que ser constante, por eso. Por que hay que insistir en los pequeños gestos de belleza diaria.  Porque a veces, en medio del ritual de la crema euforizante, cierro los ojos y aparezco en una planicie helada. Todo resplandece de nieve. Me congelaron como a Walt Disney, me mantendré siempre sexy, siempre apetecible como un Conogol recién desenvuelto. El futuro es tan blanco y brillante que debería usar anteojos de sol. Después pienso que si a los demás también los congelaron no habrá nadie para admirarme. Lloro un poco. Las lágrimas resbalan sobre la piel helada, falsamente euforizada. Borisbecker me lame los dedos fríos.

 

 

 

Imagen: Illustration from the series Femina Plantarum, by Elsita/Elsa Mora