Recopilando (1): mi canal de YouTube

Salud, vecinas de Champawat. Hace mucho que no paso por aquí, pero pensé que sería interesante dejarles aunque sea una recopilación de los demás casilleros del éter donde pueden encontrarme.

Para empezar, he aquí mi canal de YouTube.

Allí podrán ver y escuchar Abejas:

 

Confusa, de San Martín:

 

Taradita intenta entender:

 

Canción para mi menopausia:

 

Con mi balsa:

 

Y demás cosas que iré agregando. Gracias por vuestra siempre amable atención. Id por la sombra.

 

As I sit here driving (1)

  

Colette y yo cumplimos nuestros primeros mil kilómetros juntas entre el túnel de Barrio y el de San Nicolás, con ese milagro habitual de dejar la nube negra navarra detrás, adherida al peñasco entre ambos túneles, y el sol recibiéndonos del otro lado, cayendo a plomo sobre un Pancorbo siempre desierto y siempre triste como una postal desde una distopía de los 80. Lo celebramos, porque sonaba “End of the Great Credibility Race”, de New Bomb Turks, y antes había sonado “Emperor” de PiL. You make me feel like an emperor / you make me feel so proud, so sure. En este primer viaje (que, como todos, fueron muchos viajes), Colette y yo vimos muchas cosas asombrosas.

Esa misma tarde bajábamos hacia el ocaso como lazy cowgirls, y tuvimos una puesta de sol en la ría de Vigo, cruzando el puente de Rande, que ya hubiera querido John Ford. Un sol-bola rojo y perfecto como en el flyer de She-Driver. Pasando Rande, la tarde caía sobre el agua a la altura de San Simón con una luz rosada y granulosa de anuncio de talco. El asfalto gris, el aire denso y rosaviejo, that kind of trouble I can use. También vimos fuegos fatuos en los retrovisores. Sopas de cebolla envenenadas. Una ardilla rojísima que se nos cruzó a la altura de Lue, y que pasó limpiamente debajo nuestro y del coche que venía detrás. Vimos campos arados a primera hora de la mañana, con el rocío dejando los terrones negros en largas tiras de vapor, el trompe l’oeil de la sierra plateada detrás. Vimos cuatro fuegos artificiales solitarios, explotando en silencio encima del lago. Vimos banana splits ninguneados por los parroquianos en la taberna. Vimos botellas de vino con etiquetas con más filigranas que el pórtico de la Gloria y más iluminaciones que un bloguero musical. Vimos cambiar la luz detrás de la ventana mientras dejábamos que lo que quedaba del año se moviera dentro. Vimos el pavimento desde muy arriba y la alfombra muy cerca. Vimos cómo estallaba nuestra primera mariposa contra la luneta dejando un escupitajo fosforescente en el cristal, sólo para recordarme que ya usé esa imagen en un cuento.

Vimos monstruos marinos varados en las dunas y vimos ratas nadando por debajo de la tapa del agua, en un estanque congelado, los juncos cargados de nieve en la luz azufrada del alumbrado público. Vimos un tragaluz que despedía una columna luminosa consistente, como si fuera de ópalo y estuviera a punto de abducirnos. Vimos un armario hecho astillas en la madrugada. Un tsunami dentro del cráneo. Un cráneo hecho astillas junto al armario. Las rodillas negras de golpes otra vez, caballito gitano revisited. Vimos panettones que se multiplicaban como los panes y los peces y amigos de fierro sosteniéndonos la mano. Vimos muchas series y vimos cómo el silencio se transformaba en otra cosa en cuanto lo tocaba la luz de la luna. Vimos una luna llena que sabía a Saint Nectaire. Vimos a un señor de pie en la tormenta, la oreja apoyada contra el invernadero, escuchando, empapado, cómo crecían dentro las verduras. Vimos a un gato que nos miraba como si nos estuviera esperando y a un perro que nos miraba como si estuviera esperando a alguien distinto. Vimos cómo Colette aguantaba su primera nevada heroicamente y estoicamente, y vimos mi incapacidad para la construcción de muñecos de nieve (intenté hacerle uno pequeñito, sin suerte, sobre el retrovisor). Vimos cómo el amor desborda en los rincones más improbables y qué difícil es dibujarle fintas. Vimos a Saint Exupery sin combustible volviendo en el aire de noche a un pueblo junto al mar. Vimos mapas para volver siempre a algunos rincones de siempre. Vimos un hospital por dentro y drogas maravillosas goteando hacia nuestro pliegue del codo.

También escuchamos docenas de canciones nuevas, y nos cantaron las sirenas en más de una curva encharcada. Nos escapamos juntas del huracán Bruno saliendo de Galicia, salimos de Las Landas con el huracán Carmen soplándonos en la nuca y lloviéndonos de frente y huimos de Euskadi con la tormenta White Queens pisándonos los talones. Colette y yo despedimos un 2017 de filigranas y empezamos un 2018 de iluminaciones tal que así. Próxima parada: nuestra primera gira junto a Gog y las Hienas Telepáticas, 18 de enero Madrid, 19 Bilbao, 20 Vitoria, 21 Barakaldo. ¿Y después? No sé, digan ustedes.

Irmadelaesquina meets Joey Ramone

Crecí en una familia donde la religión rozaba preocupantemente la superstición. Este último concepto es casi tautológico, pero no voy a intentar buscar ahora las siete diferencias según las necesidades rituales del rebaño.

Mi abuela calabresa le rezaba con amor y respeto a San Roque, el santo de la iglesia del barrio donde habían crecido sus hijos. También desparramaba murmullos invocándolo cuando había un perro cerca (“San Roque, San Roque, que este perro no me toque”). Ahora que lo pienso, no estoy segura de que mi abuela haya crecido en el mismo barrio que sus hijos, y me arrepiento de no habérselo preguntado. Le rezaba a San Roque, pero creía en el mal de ojo, ese que yo aparto cada tanto acudiendo a amigas con superpoderes y colgando una mano cornuda (napolitana, roja) donde haya que colgarla. Mi abuela calabresa llevaba también unas cuantas medallitas surtidas prendidas con un alfiler de gancho en el enagua (ella diría “la combinación”), sobre la teta izquierda, esa a la que mis amigas y yo nos llevamos la mano derecha cuando nombran a alguien que es yeta. En medio de las medallitas, llevaba también una figa de madera negra que le había traído mi madre de Brasil, uno de esos amuletos que nos bajan del candomblé o alguna otra religión bahiana, la talla de un puño con el pulgar apretado entre los demás dedos. Mi abuela calabresa juraba que había visto morir a un nene de mal de ojo, “con la cabeza abierta”. Esta última imagen era poderosa, me perseguía durante los desvelos y despejaba toda duda de que el mal de ojo fuera un arma arrojadiza que alcanzara el plano físico. Abría cabezas, ¿entendés?

Mi abuela polaca también llevaba medallitas prendidas por ahí, y se envolvía en los mil años de cristianismo de su pueblo como si fuera un chal calentito. Tenía la placa conmemorativa en la puerta de su habitación, una placa de cobre con la virgen negra de Częstochowa, esa virgen que después descubrí que tiene ciertos vínculos alocados con una virgen haitiana (Polonia-Haití, cruce inaudito. Y por eso, quizás, las marcas de látigo en la mejilla de la virgen). La placa decía “966 – 1966 – Mil años de cristianismo”. Cuando lo leía en voz alta elevaba su puño al cielo, como hacemos nosotros cuando estamos en un bar y suena “Twist of Cain”. Pero mi abuela polaca también creía en los superpoderes, de sus vecinas, en este caso, y llamaba a Irma de la esquina (su apelativo indicaba que vivía en la esquina, y venía todo junto, como si fuera un apellido o algo por siempre adosado a su nombre “Irmadelaesquina”) a que me curara el empacho con un metro de modista. Irmadelaesquina desplegaba entonces una coreografía ritual de pasos palante patrás en la baldosa, como saltos muy perturbadores, perturbadores por el hecho de que ella era una señora en batón y delantal que normalmente no hacía mucho más que vivir en la esquina y atender la barra del bar y venderme fichas para el teléfono público. Pero de repente venía con su permanente lila, su cara de pajarito y sus ojos revoloteantes a medir la distancia en baldosas desde la mano que se santigua hasta mi esófago hinchado con los codos sobre el metro que se acerca y se aleja, y un silencio penoso donde sólo se oían los besitos que Irmadelaesquina se daba en pulgar e índice después de cada santiguar, y eso eran muchos besitos en mucho silencio durante un rato largo.

También tengo historias sobre mi madre, sus santitos y el vodka, y sobre mi padre el agnóstico y mi no bautizo, San Cayetano y el tubito de cartón de hilo de coser, pero eso lo contaré otro día. Todo esto viene a explicar que cada uno cree en lo que puede, y yo con este menjunje que traigo de fábrica le vengo prendiendo velas a Joey desde hace unos días, casi semanas. Y Joey cumple, claro que cumple, como cumple la mano cornuda (roja, napolitana) en el fondo de mi bolso y el cuerno rojo que cuelga de mi llavero y las bragas rojas que me pongo para las grandes ocasiones.

la foto (18)

Lunó Tour. Día 8

Era luna llena, pero Fjäder tiene un master en cuidados y quereres y desayunamos con tostadas y brindamos con vermú y me lleva a ver el mar y las arañitas y nos reímos fuerte y le gritaríamos a la luna en su idioma si no hubiera tanto por lo que reír.Consigo el libro de Fjäder en la hermosa Libreria Paradiso, que tiene el buen gusto de aglutinar un póster de la Velvet con un banderín de Boca Juniors, y me lo llevo bajo el brazo y lo guardo para leerlo en un momento con verdores, porque me atrapa una muy necesitada siesta que más que siesta es un coma. Me despiertan justo a tiempo de pintarme el ojo y subirme al autobús.

La Revoltosa es un espacio fabuloso, y hace lo que puede para albergar el poderío de Jam Poesía Gijón. Digo que hace lo que puede porque la Jam, con Fjäder al volante, es cosa seria, y la gente desborda, rebosa, rezuma hacia tragos y cigarros en la calle, hacia amontonamientos en la barra.

La Jam me acoge con cariño y yo se lo devuelvo con canciones y silencios, que es lo que sé hacer, y escucho a los poetas jóvenes de Gijón, y a un señor picantísimo que exclama que odia la poesía (pero la odia en verso) y luego todos brindamos y nos hacemos fotos y nos vamos para seguir brindando hasta que nos rapta el plenilunio.

Ayer aprendo que a Lydia Lunch probablemente le gusten las mesas de vidrio astilladas.

Ayer aprendo que las arañas son muy pacientes (pero menos que las viudas).

Ayer suena Eek-a-Mouse en un bar de modernez y bendigo mentalmente al DJ y levanto mi copa de vino por el dub y por las sensee parties pasadas y futuras.

Ayer me encuentro con un perrito y me lo como.

Ayer me hacen una foto con una ostra rugosa, pero se olvidan de pasarme la foto.

Ayer quedo en deuda con la hospitalidad de Fjäder y famiglia para siempre.

Ayer debería haber dormido más. Me espera una carretera verde y sinuosa y las montañas al costadito.
Y mañana les cuento lo que acaba de ser La Vorágine en Santander, que está demasiado fresco como para pintarlo.
Mañana domingo Zarautz. Malecón. A eso de las 18
Martes 13, Vitoria, Zuloa Irudi.
Miércoles 14, Valladolid.
Luego muchos días en Madrid. Demasiados. Quizás meta algo en medio. Who knows.

Lunó Tour. Días 6 y 7

Se me amontonan las crónicas porque vivo. Uno cree que puede encerrarse y escribir y que la vida responderá como si nada, que seguirá trayendo cestas de favores y cornucopias, como si uno lo mereciese. Uno cree que puede encerrarse a escribir porque ya ha vivido mucho, y puede meterse en la botella de la página y bebérsela al mismo tiempo, meterse en el temporal del cuarto propio y bebérselo al mismo tiempo. Le pedimos demasiado al puto cuaderno, le pedimos demasiado a la literatura.

Se me amontonan las crónicas porque vivo. Paso por sierras y puentes colgantes y acantilados bravos y verdes nuevos y pregunto esto qué es esto qué es y nadie me contesta.

Así que me lo invento.

Se me amontonan las crónicas y empiezo a pensar que quiero vivir dentro de una taza de té. Vacía. Con dibujitos en la porcelana. Como una nínfula prerrafaelita.

A veces respirar es vivir dentro de una taza de té ardiendo y bebérselo al mismo tiempo. Viene la ola de té Keemun. Cancelen todos mis compromisos.

La ola me trae a Gijón, donde me bienviene Laura Fjäder, poeta enorme que tuvo a bien prologar mi libro con palabras que son como agua clara. Me acompaña y me presenta en La Buena Letra, una librería lindísima donde el librero Rafa nos mima y nos dispone libros, fanzines y láminas con precisión de naturaleza muerta. Soy tan afortunada de poder dar estos saltos con red. Durante la lectura, empiezo a ver cada vez más clara la disposición de las habitaciones del sótano, los hilos de los que tiré y que fueron enredándose. Por ahora sólo me queda el enredo.
Mientras tanto, en el Mediterráneo, los amigos de Fahrenheit 450 lanzan un fanzine de poesía en formato periódico y con hermoso papel serigrafiado y me invitan a colaborar. Ahí estoy, entonces, con un poema inédito junto a Máximo Fernández, Laia Martínez i López y otros demonios. Sé que en Barcelona ya pueden conseguirlo, gratis, en la librería Malpaso.

 
La gira sigue, inexorable. Próximas fechas: hoy jueves 8 Oviedo, La Lata de Zinc.

Viernes 9 Jam Poesía Gijón, cierre de temporada en La Revoltosa.

Sábado 10 Santander, vermú poético en La Vorágine.

Domingo 11 Zarautz, merienda en el malecón.

Lunó Tour – día 4

Mi amigo Bertotti me habló largamente sobre la vida circular cuando estábamos preparando la presentación de esa novela brutal suya, Luna negra. Yo estaba completamente abrumada por las decenas de lecturas transversales que podían hacerse, por su trabajo de lija fina al revivir con gracia un puñado de tradiciones literarias rioplatenses que se me escapaban sin remedio. Menos mal que estaba él para explicármelo. Eso y lo de la circularidad, la inevitabilidad de vivir la mitad de la vida trepando por la circunferencia tomándonos demasiado en serio, para, una vez cruzado el ecuador, dejarnos caer por el otro lado de la circunferencia —viviendo lo mismo, sí, pero en forma de parodia. ¿Por dónde andas estos días, Bertotti?La lectora inteligente del otro día, la que hablaba de mi “yo poético”, se rió con ganas cuando le dije que me sugerían no desnudarme tanto al escribir. “Como si fueras tú siempre”, dijo. Y “¿por qué no?”, dijo. Y “seguro que te lo dijo un tío”, dijo. Y claro.

“Deja la poesía y dedícate a la crónica”, me dice otro chico. “A ti se te da por contar cosas”, me dice otro chico. “Usté sólo sirve para contar historias”, dice el marido de un personaje de Sótano.

Yo también sólo sirvo para contar historias y para caerme por las circunferencias. Y los chicos me explican cosas. Qué le vamos a hacer. 

Ayer soplaba el viento y refulgía el monte. Tengo en el fondo de pantalla del móvil un grabado inglés del siglo quiénsabe, con un búho y la leyenda “prudens non loquax”. ¿Ven? A veces tengo la intención de ser una señorita moderada. Pero, sin embargo, hablo. 

En el principio fue el verbo. Y, como todos sabemos, dijo “let there be rock”. Rockeando estaríamos. 

  

Lunó Tour Día 3

“Ya te lo he tocado todo, amor mío”, dice un personaje de Painstick, la mitad alegórica de mi fanzine bifronte. También habla de destripar, de ahogarse, de conducir en la niebla.

Con sólo doce horas de diferencia, Luis, siempre tan exagerado en público, me denomina “suma sacerdotisa de la hemorragia post Cramps en forma de poemas”, y un escritor amigo de Twitter encuentra una rareza de Cramps, piensa en mí, me escribe y pone a rodar un plan macabro que, en pocos meses, será algo hermoso. Por el amor de Poison Ivy, no soy digna de tanto barroquismo.

Aunque aquí y ahora, en la temporada del narciso, entre los juegos de “ven aquí”, “quédate un poco” y “hazme caso”, cuánto nos gusta que piensen en nosotras. También es verdad que desde aquel lejano “Las chicas son huecas”, cuento de La reina del burdel que abría con cita de Cramps (“What’s Inside a Girl”) y que encuentra su espejo hoy en Sótano con “Las chicas son huecos”, el espíritu protector de Lux, Ivy & Mr Powers me ha bendecido varias veces con hermosas sincronicidades junguianas.

Estos días comemos poco para sanar, rodamos mucho porque sí, dormimos mejor. Recuperada del shock cultural de volver a hablar en un idioma que tenía desaprendido, acabo de trabajar bien en la tesis ajena que estoy corrigiendo y maquetando (y que, insisto, os dejará locas y boquiabiertas cuando salga al mundo de acá en nada) y me dedico a ensayar pasos de baile para el Spoken System y a preparar unos souvenirs para la gira.

Castigo y premio minuciosamente a mi cuerpo estos días, de formas variadas, con dulces y silicios, como ejercicio espiritual. Estar de paso por rincones que fueron míos y que volverán a ser míos más adelante es ver una película a toda velocidad. Pero no la pelicula en sí, sino el film, el celuloide volando entre los dedos hasta estallar en la burbuja quemada del futuro deseado y deseable, amarillo azufre, rosa carne. La burbuja quemada invade todo el campo de visión.

Si quieres hacer reír a los dioses, cuéntales tus planes.

Si quieres hacerme reír, háblame de categorías y etiquetas.

Si queréis aportar algo a mi paz mental, juradme que en la guerra y en el amor las categorías y las etiquetas no sirven para nada.

A medida que pasan los días pienso que en cualquier momento tendré que contar la historia de cómo hice las paces con mi cuerpo, desmontando los complejos uno a uno. Pero una carta de amor al propio cuerpo todavía me llevará tiempo. Pienso en Alicia escribiéndole a sus pies, después de sentir que se había desplegado como un telescopio (y cito de memoria, que mis libros, todos mis libros, están en cajas): “Queridos pies de Alicia, junto al atizador, al lado de la chimenea, dos puntos”. Se podría intentar algo así: “Querido cuerpo magullado de Macky, ovillado y desovillado a diario, dos puntos”. Quién sabe qué le diría. Admitirle amor ya es un paso muy grande, y una puerta espléndidamente abierta que todavía estoy contemplando desde el umbral.

También miro desde el umbral el próximo bloque de shows, que serán Gijón el miércoles 7, Oviedo el jueves 8, Gijón again el viernes 9, Santander el sábado 10 por la mañana, Zarautz el domingo 11 por la tarde en el malecón, al sol. Tengo tantas ganas de que llegue el miércoles que me emociono encima.

A veces pienso que insisto demasiado anunciando todo esto, que me repito, que soy una pesada. Bueno, hace años que sé que soy una pesada, pero eso es otro debate. Me refiero a que cuánto puede una anunciar aún las cosas. Y luego me escribe gente que no sabe dónde actúo, ni cómo conseguir el libro, y me queda claro que, para los liliputienses como yo, toda difusión es poca. Luego volveré a poner los links de todo, si queréis.

Me voy a ver qué pasa ahí fuera, debajo de las palmeras, junto a la piscina, los dientes mordiendo el borde de la copa de daiquiri.

  

Lunó Tour. Día 2.

Ayer leí que, neurobiológicamente hablando, eso que llamamos “fuerza de voluntad” no es algo que podamos ejercitar, sino algo de lo cual
poseemos un capital limitado, y que se nos agota. El experimento que relataban consistía en dos grupos de personas mirando una película triste. A un grupo se le pidió que reprimiera sus sentimientos durante el visionado. Luego, a ambos se les hizo un test de energía y fuerza física. Adivinen quiénes fallaron.

Lo estoy formulando mal a propósito. La mayoría de las veces, no poder más no es fracasar.

Adivinen ahora por qué no podemos más tantas veces al día, o a la semana. Nosotras, que todo lo podemos.

Hoy declamé en Chan da Pólvora, esa librería pequeña y coqueta con ventana trasera al huerto vecinal y escaparate vavavoom. Alicia siempre parece afligida porque, cuando voy, no aparecen las hordas que suelen invadirlos en otros eventos. Ayer fue mi segunda presentación en Chan, y la tercera en Santiago. Sigue pareciéndome un milagro que se acerquen cinco, siete, diez personas, en una ciudad donde eres virtualmente una desconocida. Sigue pareciéndome un milagro que en Chan siempre me pidan un bis, y que tenga que repetir algún poema a pedido del público.

Cuando los libreros pasan pena por si vendrá o no vendrá gente, intento animarlos con historias para no dormir de festipunks de 138 bandas y tocar a las 5 de la mañana para el sonidista y su novia. O aquella legendaria primera presentación de La reina del burdel en Valencia, con Don Rogelio presentándome con amor y garra ante un auditorio compuesto por Letxon, Majo y mi madre (arreglada como para los Óscar). Pobre madre. Estas historias, sin embargo, no suelen tranquilizar a los libreros, que me miran con una mezcla de horror y pena.

El punk rock nos ha obsequiado con una piel muy dura, nano.

Despues me quedé charlando un rato con una lectora muy inteligente y mona (con un peinado ochentoso que le envidié fuerte), que me hizo preguntas sobre algo que ella llamó “mi voz poética” y en lo que aún pienso. O quizás era “mi yo poético”. No lo recuerdo. Tenía fiebre y había dormido poco, y aun así me encantó adentrarme en una parte de mis libros (esta señorita llevaba Saliva y hasta a La reina en el bolso) que no suelo visitar. Es otro sótano, uno con doble circulación, con una puerta secreta por la que sólo pasan los lectores. Allí ellos ven y leen con su glorioso filtro de alteridad, y vuelven a encontrarse conmigo en la sexta habitación del sótano para ofrecerme lo que quedó de las miguitas del regreso. Qué cosa más hermosa cuando esto ocurre. Gracias.

Ahora acaban de prepararme un tazón de sopa reconstituyente, como si fuera Heidi sentada en su cama de heno fresco (¡qué picor, pienso ahora!), y luego dejaré que me hamaquen hasta dormirme, siempre y cuando no venga el desvelo a qué sé yo.

Próxima fecha: miércoles 7 de junio, La Buena Letra, Gijón. 

  
Imagen: fragmento de “Alanui”, un poema de Sótano

1 de junio

El piloto dibuja un giro amplio y escorado sobre el mar para dirigirse al noroeste. Hay una mancha magenta en el agua: el amanecer riela bajo. Cuando llevas muchos días durmiendo pocas horas, el cuerpo está más alerta a los sutiles cambios de temperatura y presión. Casi puedo sentir en la piel el temblor del pájaro, y se abre una válvula telepática. Sé que el capitán sabe lo que hace, más que otros, y disfruta de volar este bicho, más que otros. Ante esta certeza puedo abandonar el perpetuo estado de vigilancia que, como dice la Jong, es lo único que mantiene al avión en el aire. Cierro los ojos.

Los abro para ver una serpiente de nubes corriendo por un desfiladero. Debe ser el Miño lo que está abajo, encajonado en piedra. No nos desprendemos de la manta nubosa y ya tocamos pista. La niebla no deja ver nada. El capitán, además de dominar la telepatía y el instrumental, sabe bailar a ciegas en este mundo gris. Bienvenidos a Galicia.

Abajo, el verano gallego despierta a su manera, con helechos enhiestos en la banquina, con saúco bordeando los dedos altos de la Digitalis. Echaba de menos la niebla.

El viaje había comenzado aún de noche, con un chico negro y buen mozo pasándome su móvil en el tren para que leyera una nota. Me la escribe en francés y en inglés, para asegurarse de que la entienda. Es respetuoso, y unos quince años más joven. Desde mi cara insomne y sin maquillar le sonrío, y le devuelvo el móvil. Siempre me quedo muda ante el misterio de los sitios donde otros encuentran la belleza.

A lo largo del día las gentes me miran de reojito, en la mirada aún frescas otras bellezas que tuvieron el gusto de conocer en primavera. Sigo las reglas de un juego que aún no conozco del todo. Saludo de cerca a la liebre nocturna y aprendo cosas. Saludo de lejos a una señora enanoide que no sabe lo que yo sé. Les devuelvo el garage y el powerpop: mi banda sonora es más grave que un latido y más ultravioleta que un silbido en la casa de comidas. El pan debe ser siempre comunal. Salud.

Los helechos de la banquina son mi casa. Las patas delanteras de mi gato flaco son mi casa. El grito que me mantiene despierta es mi casa.

Susurro y canto y declamo por la tarde en Versus, esa hermosa librería de Vigo, arropada por Sabela, una de mis libreras y personas preferidas en esta tierra, y me dan la mano fuerte otras personas preferidas. Soy, a mi modo, una mujer con suerte.

Subo por primera vez después de mucho tiempo a la nave, ese calabacín plateado que me paseará durante todo el Lunó Tour. “No rompas nada”, me dicen los amigos. “Tenés más fechas que Damned”, me dicen los amigos. La carretera ondula debajo de los neumáticos y una media luna perfecta. Suena Danzig, suena Burning, suena Half Japanese dentro del cráneo. 

Ayer canté por tercera vez en público mi canción “A Shortage of Pumpkins”. Habla de creer en la canción, y en la voz prestada. Habla de otras cosas que todavía no sé. Tengo que grabarla, tengo que grabar todas las canciones del Spoken System un día de estos. Mientras tanto, sigo siendo una punkrocker que habla demasiado. Espero poder mostrarles esto, y lo contrario, a lo largo de la gira.

No rompan nada. Es todo demasiado hermoso, demasiado frágil. Si tienen una ventana cerca, asómense y canten. Si tienen verde cerca, agradezcan al señor. Al primer señor que encuentren: quizás tuvo algo que ver. Si creen, como yo, intermitentemente, en un manager cósmico que acomoda los melones en el carro, agradézcanle las cosas buenas. La felicidad, ahora lo sé, hay que escribirla antes, y puede ser intermitentemente eterna. 

Si están por menstruar, canten mentalmente “Gratitude”, de Beastie Boys, antes de abrir la boca. Si un chico negro les sonríe en dos idiomas, levanten la vista del teléfono. Si el insomnio les despierta la piel, o si la piel despierta al insomnio, dejen que la piel hable y resuelva. Si se encuentran con Keith Richards, díganle gracias, díganle telepáticamente que lo quieren, sáquense una foto. 
Próxima fecha: viernes 2 de junio. Chan da Pólvora. Santiago de Compostela

  
Foto por AnaBea. 

Llegó el tiempo de bajar

Y acá está. Se llama Sótano. Es mi nuevo libro.

Lo edita Kokapeli Poesía, bajo la certera mirada de Regina Salcedo Irurzun, y con prólogo de la siempre brillante Laura Fjäder. A ambas, toda mi gratitud.

También debo agradecer a Elías Domínguez y Julián Poggiese, que aceptaron que los sacara a bailar y me regalaron música y vídeos que van hilvanándose con los textos, piedritas brillantes para que el lector encuentre otro camino al sótano del bosque, un camino ruidoso y fragante. 

  
¿Qué más?

Fue un enorme error de cálculo haber escrito una “Oda al pepino mediterráneo”. Las que merecen la oda son las olives trencades.

Y los cocarrois de pasta dulce. Esos que uno lleva en el bolso con mayor precaución que si llevara una ojiva nuclear, pero no importa, porque se comen mejor aplastados, desmigajados.

Últimamente estoy buscando joyas percusivas, ornamentos que suenen conmigo. Porque últimamente sueno al moverme. Y no me refiero sólo a los meniscos cuando me agacho. Pero hago ruido, y todo lo que llevo encima debe hacer ruido conmigo.

Soy mi propio instrumento.

Soy mi propio muro. Soy mi propia viga.

El Macky O Spoken System está en marcha, y saldrá a la carretera de la mano de Sótano, en una gira alocada que he bautizado, muy apropiadamente, como Lunó Tour.

Empiezo la gira con luna llena en Gijón. No se me pierdan.

  
Síganme de cerca. Aquí, en twittig, en faceboing y en instagarch: estaré transmitiendo en directo desde el asfalto.

Ride on.

Portada del libro by Macky

Foto del cártel de gira by Julián Poggiese